viernes, 18 de julio de 2014

Feriado

Hay viento. Yo sospechaba que había viento pero igual me largué, porque es feriado y hay un poco de sol y las horas se van como un remolino de agua. Sólo un poco de sol, de a ratos, y viento. Pero la gente se abrigó y salió a decirle buenas tardes al 18 de julio, porque sólo hay uno por año y por más invierno que traiga consigo, conviene salir a verlo transcurrir, ahí por donde transcurre la patria, que es en las veredas semivacías y la playa gélida y en los bancos que todavía no se tragan las sombras rectas de los edificios. Gente camina, gente corre, gente pasea perros, gente pasea cochecitos, gente anda en bici, gente mira a los niños jugar al babyfútbol en las canchas de Punta Carretas, y la pelota se escapa a la calle y un auto le pasa por arriba, explotando en un instante la ilusión infantil de seguir metiendo goles, hasta que aparece otra pelota y la vida sigue. Padres divorciados pasean a sus hijos en este sabático viernes; supongo que alguno de ellos perdió un guantecito negro de lana en medio de la bicisenda pero no se va a dar cuenta nadie hasta que sea demasiado tarde y el guantecito esté pisoteado y mojado y embarrado y perdido para siempre, como pasa con casi todo lo que viene de a dos, como las medias que entran juntas al lavarropas y salen divorciadas, igual que esos padres de hoy que van por ahí sin preocuparse por que sus hijos entorpezcan el camino con sus bicis o pierdan un guantecito negro de lana. Tres jóvenes envueltos en bufandas toman mate en la arena y componen una linda foto que nunca les saqué. Una pareja se acurruca en un banco verde, ella mueve las piernas, no sé si de frío o de nervios porque él le está por dar un beso y capaz que es el primero, o el décimo, no importa, yo me imagino que es el primero y la envidio un poco. Cuando me distraigo, el viento me sacude y los patines me traicionan y estoy a punto de caerme sesenta veces por minuto, pero es parte de la gracia el estar constantemente en peligro, porque el que no arriesga no gana dicen y yo me arriesgo en cada juntura de las baldosas mal puestas, como la torpe antiheroína urbana que soy. En un hueco de sol me siento a recuperar la playa y a mirar el aire, absorta en mi cansancio, hasta que algo me toca suavemente la espalda, con ternura casi, y no llego a darme vuelta que un bulldog francés asoma su cabezota y respira como contento antes de saltar para abajo del murito porque su dueña, con una seriedad frígida, tira de una correa tensa como para alejarlo de mí. Y el perrito horrible se va y lo extraño por unos minutos, como extraño pila de cosas que nunca tuve pero que cruzaron rápidamente mi camino: perros, hombres, abrazos, oportunidades, vestidos y otras tardes de julio que no quise pasar con nadie, hasta que arranco de nuevo y los rollers se comen los metros que me separan de ese punto exacto del murito donde me siento a ponerme los championes porque el viento ahora me empuja en vez de golpearme de frente. Después es caminar hasta casa y sacar una foto de las letras corpóreas que dicen Montevideo en celeste, si es que en algún momento los turistas brasileros me las prestan. Me quedo con la M sola como símbolo de muchas cosas y me vuelvo a mi cuarto calefaccionado y la música llenándolo y la tarde que se cae, pesada, sobre este feriado patrio que ahora baño en café con leche. 


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