viernes, 27 de abril de 2012

Magical Mystery Tour

Escribir. Borrar. Escribir. Borrar. Hoja en blanco y la presión de saber que alguien va a leer estas palabras. No sólo que las va a leer, sino que las espera. Y me gusta que haya alguien esperándolas, aunque sé que no van a estar a la altura literaria con la que pretende que recompense su paciencia. Pero ahí va el escupitajo, y que aproveche.

Con un párrafo escrito es más fácil largarse, igual que es más fácil soltar cosas después de ochocientas horas de terapia o confianza o compañía, igual que ya empieza a nublarse todo y a confundirse en algo, no, a confundirse no, creo que justamente lo fácil es que es apenas confuso. No sé dónde estoy parada, o sí, o no, pero no me importa mucho porque todo sale limpio y crudo y tierno y natural, por lo menos desde este lado del mostrador de la CIA. Los interrogatorios se disuelven en charla eterna, que ojalá fuera eterna, pero no, porque alguna vez hay que dormir, aunque sea complicado dormir con el cerebro quemado y flojo y lleno de bichitos de luz, y se instala en mí una cosa rara y estúpida, pero que no le da tregua a mi sonrisa. No sé qué diantres pasa, o lo sé demasiado bien, o no quiero saberlo, o lo presiento, o lo adivino, o lo vivo nomás y punto.

No sé qué pasa del otro lado, o lo asumo, o trato de leerlo, o cruzo los dedos para que la magia sea la misma y el misterio exacto, y trato de no perder el hilo del recorrido mientras serpentea por todas partes, de acá para allá y pasando por medio mundo, por cincuenta años de historia sumados, por psicosis y traumas y revelaciones que no parecen de un primer día, ni de dos personas que apenas habrán cruzado algún diálogo hace más de cinco años, y después se cruzaron con forma de avatar en un bar de internet. Corazones abiertos, sangre a chorros, retórica y explicaciones van tendiendo un puente de verdad en ese precipicio de vivencias. No sé para qué, quizá para nada más que veinticuatro horas de construcción de autoestima y risas tontas a solas en frente a una pantalla que parpadea a las cuatro de la mañana.

No sé para qué. No sé si quiero saberlo. Yo también siento el viento en la cara, mientras el tren va por ahí, a darse contra una roca o quién sabe, y el vértigo me gusta y también la sopa caliente y los bichos de luz en el cerebro y lo que cornos sea que me está haciendo un nido en la panza.


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