sábado, 21 de abril de 2012

Una mujer llamada Carlitos

Me siento un poco bien y un poco mal.

Un poco bien porque ayer salí con dos varones y me divertí como si fuera uno más. Me gusta la forma que tienen de hablar de las cosas sin tanto problema. No sé si entre ellos hablan así, pero conmigo sacan sinceridades geniales que me hacen sentirlos cercanos y comprenderlos. No le buscan la vuelta cuarenta y seis a cada situación. No se cuestionan todo. Van, actúan, les sirve, no les sirve, sufren, se les pasa, están bien casi siempre. O algo así.

Un poco mal porque hoy salí con dos mujeres y me costó entender un montón de cosas. No me gusta la forma que tienen de tenerle miedo a todo. De complicarse, cuidarse exhaustivamente, de no vivir, de quedarse en un molde que está, para mí, bastante caduco. No sé si soy yo la errada. Supongo que sí. Por lo menos no cumplo con la noción de mujer que ellas tienen. Y eso que no me siento menos mujer. Me siento igual de mujer. Con algún ingrediente tomboy, evidentemente.

La forma de pensar de mis amigas les ha sido socialmente inculcada. No creo que sea su culpa. Pero me da rabia que no se cuestionen un montón de cosas. Que no luchen contra cien mil prejuicios. Y me da rabia quedar como una loca cuando yo sí trato de hacerlo. No me siento loca. No me siento poseedora de la máxima verdad, tampoco. Sólo un ser humano que sigue sus ideas y sentimientos. Más o menos lo que les han enseñado a los hombres a hacer. Y a las mujeres a reprimir.

Estoy muy cansada y llegando a un punto en el que no sé si cuestionarlo todo o dejar pasar las cosas, y guardarme para mí el secreto de lo que es importante para ser feliz.

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