domingo, 1 de abril de 2012

ruralita

Creo que todo el mundo, y cuando digo todo el mundo me refiero especialmente a gente que vive en una pequeña burbuja flotante un poco por encima del resto de los mortales, tiene que andar en ómnibus de vez en cuando. Pero no en ómnibus de ciudad sólo (aunque un baño de 181 cada tanto nunca está de más), sino también en ómnibus rural, pero no sólo del tipo Agencia Central Montevideo-Paysandú sino más bien Jota Ele Salto-Artigas, de esos que hacen 100 kilómetros en dos horas y media y paran infinitas veces en el recorrido. Esos que en la bodega llevan desde bolsas de papas hasta repuestos de tractor, tortas, loros en jaulitas y cajas y más cajas, además de bolsos, y sobre todo, bolsas de plástico o tela del tipo chismosa grande, porque la mayoría de los pasajeros no tienen para comprarse el último modelo de Doite, y a veces recurren hasta a bolsas de arpillera para guardar sus petates.

Ayer hice el recorrido Copay Montevideo - Paysandú, y después de una hora y algo de hacer tiempo en la patética terminal de Paysandú, junto a unos señores que tomaban cerveza y miraban el partidazo Nacional - Cerro Largo, me subí al Copay que va de Paysandú a Tacuarembó por la ruta 26, donde después de dos horas me bajé en el kilómetro 113,500, que es la entrada a un pueblito ignoto, que casi no tiene nombre propio, sólo se sabe que está al lado de una cañada, y la cañada se sabe que está al lado de un pueblo, y por ende todo el conjunto se llama "Cañada del Pueblo", así, como quien no quiere la cosa. Hay catorce kilómetros de balastro asqueroso desde la ruta al pueblo, o sea, media hora de vehículo teniendo cuidado con las piedras.

Pero volviendo al recorrido por la 26, en el Yutong que pone Copay para hacer el tramo, hay desde peones de campo hasta bebés gritones, pasando por muchas muchas muchas señoras medio gordas, de esas que se saludan con un beso con las demás del ómnibus porque todos se conocen ahí. Y se van gritando a ver cómo anda Fulano, y que Mengano empezó la escuela técnica en Guichón, y que está brava la calor y todas esas cosas, sumándole el ingrediente picaresco de la historia, una señora medio insoportable que se sentó en el primer asiento, acusó al guardia de faltarle el respeto y reclamó indignada un vaso de agua porque sino se desmayaba. Tenés más o menos las mismas chances de que te den un vaso de agua o un huevo de Fabergé en ese ómnibus. Los demás pasajeros tomaron a la vieja para la chacota, y cuando se bajó hubo un jolgorio bárbaro de críticas y risotadas. El guardia, un pobre pibe que tiene que darle más o menos 8 boletitos a cada pasajero (porque es como las estampillas de los sobres, van sumando valores hasta llegar al precio del boleto, que es tan variable como la cantidad de kilómetros que el pasajero desee hacer), se sentía un poco un héroe por tener a toda la opinión pública de su lado.

Atrás mío, en algún momento subió un niño con un chico más grande que se llamaba El Bebe, y el niño no paraba de conversarle. Llamaron a la madre del niño, y me hizo mucha  gracia oírlo comentando el viaje. "Ahora estoy por El Eucalito (sic) viendo unos jugadores. No, tomé coca, el Bebe nos compró unos sangüiches y ahora estamos tomando coca. Sí, compró para convidar.  Y sabés qué (baja la voz el niño y susurra al teléfono, orgulloso) estaba a punto de vomitar pero no vomité ni un poquito! Ni un poquito vomité!".

Al lado mío iba una señora que tenía muchas ganas de hablar se ve, pero yo la verdad es que tenía demasiado sueño para charlarle (y soy más del tipo de viajero que piensa "vive y deja vivir"), así que fui cabeceando casi todo el viaje, muchas veces despertándome con el sonido de mi propia cabeza al chocar con la ventana (la gente me mira raro por ese tipo de cosas). Cuando llegamos al kilómetro 113 y medio había un montón de gente esperando el ómnibus, varios en moto, y una camioneta. El de la camioneta era mi abuelo, que además de buscarme a mí vino con un chacrero a recoger un repuesto de la sembradora, y claro, como los de las motos no podían con todas las cajas y bolsas de papas que traían los otros pasajeros, entre ellos la señora que vino al lado mío, le pidieron a mi abuelo para meter bultos en la camioneta. Y aparecieron dos chicas y un señor que pidieron que los alcanzáramos al pueblo, así que nos fuimos mi abuelo, el chacrero, el señor, las dos gurisas y yo, con la caja repleta de cosas (y gente).

Las chicas no dijeron una palabra en todo el viaje, pero cuando llegamos a las primeras casas del pueblo pegaron un par de gritos salvajes. Mi abuelo frenó, dubitativo, ellas se bajaron, y el señor, que venía con ellas pero en la caja, se bajó también. No dijeron más nada, y seguimos rumbo al salón comunal de Cañada del Pueblo a dejar las demás cosas. Al chacrero lo depositamos acá en la estancia, donde nos esperaba mi abuela, la cena y la cama donde caí rendida después de la jornada de transporte interpaís. Pero antes, mi abuelo le preguntó a mi abuela si las niñas que habíamos traído eran maleducadas, o simplemente locas, por la forma en que "pidieron" para bajarse del auto. Resulta que son dos hermanas mudas.

Mi abuelo es el patrón de la estancia. Mi abuela toca un timbre cuando termina de comer para que Delia la cocinera traiga el postre. No hay más que decir "Me gustaría andar a caballo" para que Mario te agarre una yegua gorda y rozagante. Pero me gusta haber llegado junto con el repuesto de la sembradora, las bolsas de papas, los hombres que huelen a trabajo y las señoras medio gordas con bebés gritones y sobrinas mudas. Te pone en contacto con lo que de verdad es este país, te educa, y sobre todo, te muestra la suerte que tenés porque venir en ómnibus es la excepción, y no la regla. Pero el viaje de ocho horas en bondi con escala en Paysandú es parte de venir al campo, y se lo recomiendo a todo el mundo. Como ejercicio de paciencia y de ciudadanía. Como un pinchazo necesario a la burbuja flotante de todos los días, que a veces aún a pesar nuestro, nos envuelve. Un hábito sano de aterrizaje. Y un rato largo de observar a la gente, que es lo más valioso de todo.

1 comentario:

  1. Tremenda crónica de viaje! :)
    Me encantó, fui viviendo el relato mientras lo leía, me voy a dormir con una sonrisa, gracias!

    Federico

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