jueves, 13 de junio de 2013

Dudo

A veces me da miedo hablar de algunas cosas acá. De cosas de tipo más debatible. No me da miedo por lo que puedan pensar de mí por tener tal o cual opinión, sino que me asusta no tener del todo claras las cosas. No saber exactamente qué está bien y qué no. No tener la opinión férrea que veo que a mi alrededor muchos aparentemente tienen. Me alegro, en cierta forma, de que al no tener una postura marcada, también carezco de la ceguera intolerante que veo asolando el panorama diario de la conversación y el debate. Pero me pregunto si está mal dudar de las dos campanas, porque al fin y al cabo hay que optar por alguna. Y me paro en el medio de ese campo de batalla filosófico, social, cultural y hasta religioso que plantean temas como la legalización del aborto, muchas veces también cruzado por las flechas de la ideología, con sus sesgos y sus particulares y estructuradas formas de observar el mundo. Y me miro siendo atravesada por todos esos argumentos, y me veo dudando de todos, y encontrando certeza en ninguna parte. 

No me gusta la gente tibia pero tampoco me gusta la gente que se lanza tras una bandera sin conocer bien por dónde se le deshilacha el dogma. No me gusta la gente que golpea pero con falacias sin filo, descuartizando el diálogo con una violencia que hace sangrar pero no por tener argumentos más fuertes, sino una forma de hablar más dañina. No hay una postura respecto a la legalización o no del aborto inequívocamente clara. Por eso me asombra cuando escucho exposiciones que parecen revelar la absoluta verdad universal del asunto, sin hacerse cargo de las carencias lógicas que una posición determinada y radical sobre un tema así tiene, sin contemplar los casos que por fuerza se le escapan, sin tener presente que esto no es algo frío y despojado, sino que hay tantas variables y tantos seres humanos involucrados, que es realmente muy difícil, en mi opinión, que una ley sea justa para todos.

¿Cuándo es el niño un niño y no un manojo de células multiplicándose? ¿Cuánta opinión tiene la madre sobre la vida de ese chiquilín, y cuánta tiene el padre, que al fin y al cabo también tuvo algo que ver? ¿Por qué se centra tanto la discusión en la mujer? ¿Cómo llega alguien a tener que practicarse un aborto? ¿Cuántos escalones sociales fallaron en ese descenso hacia una situación así? ¿Cómo podemos mejorar la información, la anticoncepción, el apoyo en caso de decidir tener al bebé? ¿Por qué alguien que aborta es alguien que asesina? ¿Por qué algunos condenan a los médicos que recurren a la objeción de conciencia? ¿Por qué otros grupos condenan siquiera el planteo de una discusión así? ¿Qué vida vale más? ¿Quién tiene razón? ¿Cómo se juzga algo así?

La verdad es que yo no tengo la respuesta a ninguna de esas preguntas. Me desconsuela un poco que parezca que todos las tienen. Que se está discutiendo algo y todos gritan y nadie oye, o pocos oyen. Que algunas de las mujeres que se ponen pastillas de fosfuro de aluminio en la vagina no sobreviven para ir o no a votar el 23 de junio. Que los hombres que ponen hijos en los úteros de esas mujeres a veces no se enteran de que lo hicieron, y de que hay una tendencia de la sociedad a no requerirles demasiada responsabilidad en el tema. Que un día esa mujer puedo ser yo, o mi prima más chica, o mi mejor amiga. Y no sé cómo se vive después de decidir abortar. Y me da un miedo horrible tener hijos, y dudo mucho de poder criarlos sanos y felices, sobre todo si esos niños no tuvieran un padre en la vuelta. Entonces, de verdad, no sé. 

Pero admiro que todos sepan. Yo mientras sigo navegando en estas preguntas.

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