miércoles, 5 de junio de 2013

Sacudir el polvo del alma

Escribí, Magdalena. Escribí lo que sea pero hacé que haya palabras para hoy, porque este miércoles algo sórdido también merece tener palabras. Escribí sobre el frío o el parque desolado. Escribí sobre muros cada vez más blancos, sobre la silueta que deja algo que estuvo mucho tiempo colgado en la pared, sobre el olor a pintura fresca o los cartones protegiendo el suelo. Escribí todas las palabras que ya dijiste cien o doscientas veces y sin embargo no te condujeron más que a la frustración y se llevaron tu entereza. Escribí sobre los lugares donde buscás la alegría, sobre el calor amigo o el deporte terapéutico. Escribí porque te sale lindo nomás. Escribí sobre los cierres y los finales y toda esa mierda que viene con ellos, y por qué no, también escribí sobre la ilusión de los principios y el miedo horrendo a quebrarlo todo. Escribí sobre el cansancio que te ronda y te pesa, sobre los choques, los desgarros, sobre el corazón desparramado en una mesa de carnicero. Escribí para decirle a alguien que quisieras darle el mundo y no sabés si sos capaz. Escribí sobre los sueños que nunca llegaste a tocar y sobre verlos apagarse en una hoguera de resentimiento. Escribí, mija, sobre lo que sea, pero escribí algo porque la vida se va y vos un día vas a querer acordarte de hoy, cinco de junio de dos mil trece, cuando recorrías la rambla esquivando autos más lentos como si fueras la heroína de alguien. Escribí como si te leyeras a ti misma dentro de cien años y quisieras recordar que tu hermana se sentó en la mesa contigo cuando ya todos habían cenado. Que hiciste puré con verduras de puchero y hablaste de Boston. Escribí para seguir sobreviviendo, para que duela menos la muerte y para expulsar los narcóticos de la rutina. Escribí como ejercicio y alimento, como dinámica de orden, como manifestación de deseo. Escribí para no herir más, para agradecer el alto el fuego y para doblar los trapos sucios y guardarlos en el cajón, hasta que un día todos olvidemos que estaban sucios. Escribí para que mañana haya sol y de noche haya cielos, para que las olas lo cubran todo y no te ahogues, para que no te desvíes por caminos viejos. Escribí porque te sale como un regador nocturno en un jardín sediento. Escribí porque es tu trabajo y tu misión, porque no sabés hacer otra cosa, porque hasta el viento te dijo que escribas y porque sabés que si callás te morís más rápido. Escribí como si te quedara poco y fueras a dejar un testimonio válido, una evidencia de que un día viviste así, torpe y angustiada, queriendo creer en que las cosas van a asentarse en un recoveco de paz en cualquier momento. Escribí para confiar en los abrazos. Escribí para empezar a desalojar algunos pensamientos y nostalgias. Escribí para sacudir el polvo del alma. Escribí para que el gato despierte y te mime. Escribí porque escribir te cura. Escribí para recordar el humo de un cigarro que envolvía al desaliento. Escribí lo que sea, contá una historia o una mentira o un chiste verde. Una carta, un verso, un tuit. Escribí para dejar constancia de esa sombra de tristeza que evita la lámpara de la mesa de luz. Escribí porque nadie te lo pide. Escribí porque esto queda y porque el pasado también se arma con textos. Escribí para cuando seas famosa. Escribí porque al fin y al cabo nunca vas a estar tan joven y, sobre todo, escribí porque nadie va a tejer jamás esta misma combinación de vivencias, así de tuyas y así de tantas, en un textito infértil para la internet. 

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