viernes, 22 de junio de 2012

Frío de después de comer

Tiemblo. Temblequeo. Tirito. Mi piel se trunca, se trastoca, se torna trémula y trepidante. Se deja trazar por el frío tristón, tenue, trágico de ese alto alterador que es el almuerzo. Me estremezco, me tropiezo, me tergiverso. Me refugio en mi rincón. Me rindo subrepticiamente al ratito de recreo. Me vuelvo vértice, vorágine de vacío y vaga velocidad. Me abstraigo. Aturdida, adormézcome entre algoritmos de azul y la abstracción del alma me aliviana. Murmullo, modorreo, medito. Promuevo mi pensamiento hacia paisajes prístinos, prados y playas y picos de imponente porte. Te evoco y eternizo experiencias en ese espacio evasor nuestro, limbo lánguido de locuras lentas, latentes, lascivas. También tiernas. Me mezco con música mística, internalizo intríngulis, reflexiono sobre existencias y axiomas. Cuelgo mi cabeza del cosmos, camino, caliento mi cuerpo, como caramelos. Cabeceo. Corrijo. Concibo. Comienzo a crear.

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