martes, 14 de agosto de 2012

Un martes cualquiera

Me hablaba mientras me calentaba las manos. Empezamos mirando por la ventana, claro, porque así lo ameritaba la tormenta que se desprendía del cielo, como un pesado tapiz de agua. Hablamos de los taxis que pasaban, de lo difícil que es conseguir un taxi un día de lluvia. Yo le dije que por suerte no había tenido que tomarme un taxi hoy porque mi madre, en otro acto cotidiano de bondad, me trajo a trabajar. Después comentamos algunas noticias del día, pero muy por arriba, porque las noticias siempre son las mismas y hoy estaban todas mojadas por el alerta naranja. Le conté de mis dilemas existenciales, como que me cuesta tener ideas, como que no tengo mucho tiempo para nada, como que pienso en alguien que no piensa en mí. Me reconfortó un poco, tan dulce él. Le di un par de besos porque lo merecía, y porque yo lo necesitaba. Su calor se me coló por dentro, tan necesario. Le seguí contando de mis cosas mientras mirábamos llover. Él me consolaba en silencio, expectante, ofreciendo cucharaditas de aliento cada tanto. Irradiando. Se vaciaba en mí, se volcaba en mí, se derramaba todo en mí y yo lo agradecía, sincera, ávida, vulnerable. Menos congelada yo, él ya tibio, fui acabando con él lentamente, a la vez que seguía soltando mis pensamientos, los liberaba de a poco, los hacía escapar, los largaba en carreras de angustia. Los escribía, en puñados de frases, en este blog, mientras la taza se quedaba sin cappuccino y yo me llenaba de paz. Mi interlocutor fue un café, un martes cualquiera, en un recreo laboral. 



2 comentarios: