miércoles, 13 de marzo de 2013

Final de verano

Acá vengo con mis pies mojados. Es que la caminata por el parque se me suspendió de golpe, con la descarga de un chaparrón insolente, con una de las últimas travesuras de este verano otoñal. El vaquero se me fue manchando de gotas y adentro del buzo empezó a hacer frío. Después tuve que correr, porque el agua era gruesa y firme y continua, y el pasto me ensució los zapatos. Así que acá vengo con mis pies mojados. De a poco, también, se me fue mojando todo lo demás, las zonas oscuras de humedad tiñeron mis piernas, y el pelo se me alborotó bajo la capucha. Se aflojó y se volvió desprolijo y torpe, aplastado y eléctrico. El pantalón empezó a pesarme. El calor de correr bajo los balcones de los edificios se chocó con el chillido del viento y con los cachetazos líquidos, hídricos, gélidos que me recorrían la cara y el cuello. Me refugié en el quiosco y en un copito de chocolate, y atravesé los últimos metros de intemperie dejándome golpear por el chubasco. Casi que sonreí. Llegué a la agencia oliendo a lluvia; sucia, pero de alguna manera también limpia. Así que hasta acá vine con mis pies mojados. Infantil, resfriada y serena. Densa y gris, pero sólo por fuera. 

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