lunes, 9 de septiembre de 2013

Misterios

Lo malo de algunas historias, como las de misterio, es que son previsibles. Por la forma en que están construidas es fácil ver qué pieza va a ser importante más tarde. O al menos a mí me pasa eso, y me descubro adivinando el final en el primer tercio de la narración. Es lindo que todo cierre y a la vez no, porque si todo cierra entre sí, no hay más elementos que los que provee la propia historia para crear esas conclusiones perfectas, matemáticamente posibles dentro de una serie finita de combinaciones y, por lo tanto, previsibles. Y si no todo cierra y quedan vacíos y cabos sueltos, como lectores o espectadores nos sentimos defraudados y golpeados en la zona baja, que es básicamente la ignorancia. Porque no nos gusta que el autor nos salga con un final de la galera, algo desconocido y nuevo y descontextualizado de la historia, luego de que construyó toda una novela en una dirección determinada y creímos en una serie de probables cierres al final de ese camino. 

Así que no me gusta adivinar el final, y sin embargo me gusta porque eso significa que el relato obedece a leyes narrativas invisibles que en cierta forma lo legitiman. Las historias ordenadas, que presentan al lector un universo con honestidad, son generalmente las previsibles, porque el final se encuentra planteado y de alguna manera visible desde el momento en que se describió y delimitó ese mundo y se presentaron sus personajes. Agatha Christie, Henning Mankell, Sherlock Holmes, CSI -y casi todo el género detectivesco- son ejemplos muy claros de esta teoría personal -y por lo tanto, completamente pasible de ser derribada-. Así que ando ahí, en esa dualidad rara que significa creer en una forma transparente y organizada de contar las cosas, y decepcionarme por la misma transparencia de ese estilo de historia que, al desarrollarse siguiendo un orden de ingredientes, se delata inevitablemente ante el lector perspicaz o el conocedor de ese tipo de receta. 

Los libros que hablan de la vida, las biografías, o por ejemplo las novelas de Maeve Binchy, Jaime Bayly, García Márquez, o las series como Grey's Anatomy y Gilmore Girls, que no siguen esa receta perfecta y se limitan a contar hechos sin prometer la captura de un asesino al final o la resolución de un misterio, son por eso mismo más libres y probablemente más difíciles de escribir. Y por más que me gustan las historias criminales, creo que algún día quiero escribir un libro de estos, caótico y desbordado, con hilos trenzados y puntas sueltas, con personajes llenos de matices, con diálogos porque sí y descripciones por el simple hecho de detenerme a observar algo, con acciones sin objetivos claros y plagados de desvaríos, saltos y errores. Como la vida. 

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