sábado, 28 de septiembre de 2013

Rojo sangre y oro

No importa si la lluvia te pega de frente en los ojos o si ese frío húmedo te perfora de a poco la piel, porque estás corriendo en una cancha y siendo parte de un instante en el que eso se olvida, y sólo importa que la pelota blanca vaya a donde tiene que ir, a golpear con ímpetu las tablas del arco cuántas veces sea posible. No importa que el cuerpo reciba impactos o que avance la noche, mientras haya focos prendidos y el tiempo corra. No importa que se me resbale el palo o que nos falte el aire. Estamos ahí para ganar o para jugar como si lo mereciéramos. Para mojarnos y caer y robar la bocha y reventarla hacia adelante para que llegue lejos. Y el dos a cero ensopado tiene un sabor más dulce y las piernas duelen pero duelen lindo, así que todo es perfecto y sacrificado y grupal. Todo es honroso y sano. Debe haber pocas cosas que se comparen con la sensación de pertenencia a una victoria conjunta y bien lograda, bajo la llovizna fría de una nochecita de principios de primavera.

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