martes, 3 de septiembre de 2013

Otro

A veces escribo un texto corto. Simple. Una excusa. Un magda estuvo aquí vago, sin esmero. Y me voy.

Y no escribo estos textos más largos, desmembrados, sin pulir. Me voy al lugar seguro que representa el haber plasmado una idea sin cuerpo en un posteo que no va a reverberar en nadie, pero al menos existe. Me refugio en la mediocridad del ni muy muy ni tan tan. En el parrafito insulso. Y está bien. Nadie me obliga a ser Bayly o Carlos Fuentes todos los días. Nadie me exige la prosa fértil de un clásico o la adjetivación de una obra maestra. No me comparan con Borges ni con Vargas Llosa. No tengo la magia de Oliverio Girondo. No me está llamando un editor ni tengo que sacar un libro por año. No vivo de estas palabras. No son mi pan, son apenas mi vómito. Y está bien. Hoy son eso. Otro día serán mi pan. Quisiera yo. O capaz que no lo son y ni siquiera alcanzan a ser mi recuerdo. También está bien. Está menos bien, en mi ambiciosa concepción del éxito literario. Pero no importa porque al fin y al cabo ya va a estar todo escrito. Si alguien reacciona con eso, es posterior. Primero se escribe. Es de uno, es mío, es un producto solitario. Después recién se lee. O no se lee. Pero igual está escrito. Como este texto deshilachado y sin rumbo de medianoche. Oscuro porque sangra un poquito. Porque contiene miedos y sueños y lucha y avidez. Porque en su marco humilde y sombrío se esfuerza en ser algo más que agua plana. No digo una ola, pero sí una gota fuera de lugar. Un repiqueteo molesto. Un ruidito como el de la heladera, que no está pero está siempre porque de alguna manera se camufla en el silencio. Un motor de fondo, ambiguo y reflexivo. Nadie le exige serlo pero él quiere probar. Quiere intentar quedarse y vibrar, despacito, en algún recoveco ignoto de la mente de un lector. Así de ingenuo es mi vómito. 

A la gente le da cosa leer un texto comprometido. Generalmente prefieren la pavada, el comentario light, inofensivo y chato. Eso no les da miedo, y cada tanto me regodeo en él, porque tampoco hay porqué censurarlo. Lo que les da cosa a veces es comprometer su cabeza en una idea con cierta solidez argumental. En una postura definida. Pero después van y creen cada bobada que te querés morir. Pero si te conocen y te ven todos los días, o una vez por mes, o están emparentados contigo por alguna traza de adn, tiende a aflorarles un pudor morboso si ven que mostrás la carne en un texto. Y a mí me gusta mostrar la carne en un texto. Me valida las palabras, en cierta forma. No me da vergüenza. Por algo lo escribo. Me da más vergüenza que el blog se me esté llenando de pequeños inputs demasiado sobrios. De carencia de sangre. De vacío mental. De hielo. Sin alma sin furia sin goce. Muerto por dentro, aunque estético quizás, y hasta rescatable. Pero sin carne. Sin vísceras.

No sé. Mis manos sentían que tenían cosas para largar todavía, y se lanzaron medio tímidas a golpear teclas. Y salió esto. Y está bien. 

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