el campo estaba gris. amarillento y verde pero gris, manchado de invierno, a pesar de que todavía estamos en mayo. el barro ensució mi ropa, y mis pies se enfriaron en los charcos, aún protegidos por esas típicas botas amarillas. quizás el sentimiento más alegre fue abrir el ropero y descubrir, en medio de la semi oscuridad de las cosas guardadas durante mucho tiempo, esas botas de lluvia amarillas.
y con ellas puestas salí a recorrer el campo, las praderas, el rastrojo de arroz. me sentí un poco niña, como cuando con mis hermanas salíamos a chapotear después de la lluvia. y desafiábamos a nuestras pequeñas botas a vadear los charcos más hondos, logrando a veces que el agua se colara por el borde de la caña y nos ensopara las medias.
volví a casa con las medias secas y los pies fríos, algo de soledad en el alma y mucha nostalgia oprimiéndome del pecho.
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