jueves, 20 de mayo de 2010

retazos de anécdotas

no hay como pasar una nochecita de otoño alrededor del fuego, acompañada por gente que tiene muchos años vividos, escuchando el silencio del campo afuera y de las voces adentro.

no importa cómo sea el fuego, pero en mi caso es un fuego de troncos gruesos en una estufa enorme, de casa de estancia enorme, con techo alto, y grandes sillones de cuero mirando el resplandor de las llamas. si bien la construcción del casco en sí no es vieja, todo en esta estancia parece respirar historia. siempre voy a agradecerle a papá ese legado: el amor por el pasado. desde la magia que encierra un montón de ladrillos que supieron ser una posta de diligencias, el misterio de una inscripción en la lápida de un niño de 1934, hasta las vías del ferrocarril que son apenas vestigios de una época que me hubiera gustado ver. los misterios de esta estancia siempre me van a hipnotizar. quizás a alguno le resulte morboso meterse en un cementerio de 1885 y leer lo que dicen las cruces de hierro. para mí es fascinante.



como lo es escuchar la historia del Coronel Coronado (ya atrapa con su nombre de personaje literario), un militar caído en desgracia que atraparon en un monte nativo por acá, hace más de un siglo, y le pegaron un tiro cuando se quiso escapar. lo que dice papá es que no se quiso escapar, y el tiro fue un fusilamiento, y el señor Coronel Coronado está enterrado en algún potrero de la estancia, bajo unas cuantas piedras. y resulta que papá y su amigo tiqui quisieron desenterrarlo un día, de adolescentes, cuando había trenes y venían desde montevideo a artigas en 17 horas y se quedaban todo el verano, y se aburrieron de excavar y no encontraron ni un huesito del coronel.

y hoy, además de papá y mamá, alrededor del fuego estaba mi abuelo, que también conoce muchas historias de estancias y de coroneles, y tiene setenta y largos -si me apurás no me acuerdo cuántos- años de memorias que no duda en volcar en nuestra charla. nuestra, digo, aunque yo no hago más que oír. hablan de laguna larga, una estancia que algún dia de 1960 y pico cayó en sus manos, donde según mamá un alambrador mató la yara más grande que vio en su vida: la colgó del alambrado y medía todo el largo del pique. y mi abuelo contó que una vez salió a andar a caballo con mi abuela N por un cerro, donde en un punto tuvieron que dejar los caballos atados porque no podían avanzar más que a pie. en el cerro había cuevas y grutas, y en una, grande como una pequeña habitación, "había cuatro o cinco cajones de angelitos". o sea, ataúdes de niños.

tengo miedo que se pierda esa toda esa historia. tengo miedo de olvidarme que un señor pariente mío vino de españa y compró muchas tierras y más de un siglo después, algo de esas tierras es esta que piso, y es la misma tierra que él y sus descendientes pisaron, y que espero que algún día pisen mis hijos, y que puedan ver que el cementerio de 1885 sigue estando ahí, y que yo les pueda contar que vi el esqueleto de la novia muerta, la que en la luna de miel se murió de apendicitis, y el novio desolado fue a rezarle con velas y quemó el panteón. lo vi, me lo mostraron papá y su amigo leandro cuando yo tendría ocho años, y salí corriendo y ellos también y mis hermanas atrás nuestro, y no paramos de galopar -aún entre los tacuruses- hasta estar a una distancia considerable del pequeño edificio de piedra.



la historia no son sólo los muertos, la historia son los vivos que la cuentan. papá tiene miedo de olvidarse de algunas cosas y le pregunta a mi tía abuela feli si fulano era mayor que mengano, o si el año en que nació sultanita era 1923 o 1925. yo tengo miedo de olvidarme por qué es tan importante que no usen las piedras de la posta de diligencias para remendar la represa que riega el arroz. las tejas "sacoman" traidas de francia todavia se descubren entre los ladrillos rotos, y el muro casi intacto de un corral muestra la durísima labor de esos hombres que encastraban piedra con piedra, sin nada que las mantenga unidas más que el mismo puzzle que forman. un muro de ciento cincuenta años, que un tractor se lleva cargado y despedazado en una zorra para meter de apuro en el hueco por donde se filtra el agua.

el fuego llama a la memoria y la revuelve, y las voces de los más viejos recitan una y otra vez las anécdotas para que nosotros las sigamos contando. es inevitable que no exageren o que nosotros no distorsionemos sus palabras. pero me hipnotiza por completo el hilo de tiempo que me están pasando, y trato de que no se me enrede, para, algún día, ser yo la que, junto a otro fuego, pueda pasárselo a mis nietos.


gracias a mi abuelo por toda esa vida hecha cuentos, que te convierten en un tom sawyer real, y tanto más querible.

gracias a papá por hacer de artigas el far west, y por contarnos tus aventuras y dejarnos hacerlas nuestras. son tus historias las que me hacen amar este lugar.

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