sábado, 24 de diciembre de 2011

so this is christmas


Aquí estoy en mi casa montevideana, a la que es fácil acostumbrarse, aunque la vida acá me sigue rechinando un poco. A veces "no me hallo". No sólo en mi casa, en la ciudad toda, entre la gente toda. No sé a dónde diantres pertenezco. Si no fuera porque me perdería el verano y porque a partir de hoy y hasta por lo menos mediados de enero el país se pone en standby, empezaría ahora mismo a trabajar. Necesito hacer algo conmigo misma. Necesito poner las piezas del puzzle en los lugares que les corresponden, y de momento es todo bastante caos. O no caos, pero incierto. Quizás lo que me hace falta es encontrar mi lugar en el puzzle, y no veo que vaya a suceder eso de momento. Madrid era al final una rutina de seguridad. Y ahora no está, y hasta mis cosas de toda la vida me parecen raras de a ratos. No logro hacer clic. No me quejo, estoy muy contenta de estar donde estoy. Sólo que todavía no estoy del todo cómoda. Aún no entiendo qué estoy empezando de cero y qué retomo donde lo dejé. No llego a ver qué está dañado por la ausencia. No sé si piso firme. No sé bien quién está, o para quién estoy. No tengo idea de quién cuenta conmigo, o me asusta ver que muchos ya no lo hacen. A la vez, me tranquiliza descubrir que la vida siguió casi inmutable. Que mi familia sigue hablando de las mismas cosas alrededor de la mesa. Que mi abuelo hace bromas parecidas, que mis primos no me odian y se acuerdan de mi nombre, que a mis tíos les caigo igual de simpática. Y sin embargo, mi otra abuela está casi igual, pero parece infinitamente más vieja. Y las calles parecen más sucias. Y la gente más descuidada, más abandonada, más pobre. Y la sensación es de inseguridad latente, cruda, y de diferencias abismales entre unos y otros. Me encontré con un Montevideo más tercermundista que nunca, creo. Una Navidad un poquito más indiferente. Me parece que cada año todos quieren que las fiestas pasen más rápido. Mejor dicho, quieren que ya hayan pasado. No sé. A mí me gustó mi Nochebuena. Me hizo sentir que, por lo menos en la familia, no me perdí de tantas cosas. Cada año me importa menos la comida y los regalos. De hecho, este año pensé que ni siquiera habría regalos para mí, porque mi gran regalo es esta compu desde la que estoy escribiendo, y lo recibí apenas pisé mi casa. Pero no, tanto mamá como mis hermanas pensaron en dejarme alguna cosa extra. Y mi abuela siempre sale con alguna sorpresa. Y la comida estuvo bien, pero mejor estuvo la charla. Y no ver los fuegos artificiales de las doce, porque estábamos todos cenando juntos. La verdad es que la felicidad no estaba explotando en el cielo en lucecitas de colores, sino adentro, en el comedor, en esas dos mesas distintas alineadas y el cambalache de sillas de todos los tipos que nos acogieron en una especie de ronda cuadrada de lo más heterogénea. No sé dónde encajo, en qué ciudad o qué país o qué lado del mundo, si es que en algún lado encajo, pero estar en familia, así, en dulce montón grande y desordenado en torno a una mesa, me hace olvidar de eso y sentir que soy parte de algo caótico y mágico. 

Navidad es y siempre va a ser familia para mí. Y creo que por eso me gusta tanto. 
Feliz Navidad.

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