miércoles, 28 de diciembre de 2011

welcome to the tercer world



No es que ahora que viví un tiempo en Europa me siento indigna de vivir en este país. Para nada. Siempre amé el Uruguay y no reniego de dónde soy, de hecho agradezco haber nacido donde naci y podido conocer tanto de este rinconcito de América del Sur. Adoro profundamente lo que es esta tierra y la gente que la puebla. Me gusta nuestro idioma y congenio bien con la idiosincracia. Me alegro de vivir en Montevideo y sobre todo de poder escapar cada tanto hacia el interior profundo. Y durante todos estos meses extrañé cada día lo que significa tener a mano el Río de la Plata, el campo y la calidez de ser poquitos y conocernos tanto. Lo que no significa que me vuelva ciega frente al estado calamitoso en que se encuentra Montevideo, e inmune al sentimiento de inseguridad perpetua que parece inundarlo todo. 

Hoy visité a mi ahijada de la Fundacion Niños con Alas en su casita en La Teja, más bien en un barrio que se llama Tres Ombúes. La familia había reformado la casa, cambiando las habitaciones, que estaban al frente, por la cocina y el salón, porque decían que día por medio había disparos, y que se sentían más seguros durmiendo en el fondo. Apenas tienen recursos para los gastos más básicos, pero habían tenido que comprar una especie de puerta con rejas para proteger la nueva zona de estar. 

Yo nunca he andado por la vida con miedo a que me roben. No soy de las que cruzan la calle cuando ven a alguien "con fea pinta" en la misma vereda. Me niego a ir por mi propia ciudad esperando a que alguien me apunte con una navaja y me arrebate la cartera. Pero desde que llegué, no hacen más que contarme historias de ese tipo. Asi que ahora estoy como esperando que me pase algo. Y es patético vivir asi. 

Mi padre se ha cansado de arreglar los vidrios reventados del auto, las puertas forzadas, hasta le robaron los documentos del vehículo, sólo para hacer daño. Mi hermana parece que va con un imán pidiendo asaltos, porque todas las semanas tiene algún encuentro extraño en el que le sacan alguna cosa. La señora que trabaja en casa tuvo que mudarse después de que le desvalijaran todo el apartamento más de una vez. Y así sucesivamente.

Además, el centro de Montevideo da un poco de miedo. Los edificios están más grises que nunca, más abandonados, tétricos, feos. Las calles acumulan papeles, colillas, chicles, fruta podrida, bolsas de plástico. El tráfico es un maniático desorden, y siguen pululando los carritos tirados por caballos, o por personas, que se asoman en cada contenedor de basura. Las mafias de pibes de dudosa calaña atosigan a los conductores en cada semáforo. Básicamente te lavan el vidrio a prepo. Y a la gente en general la veo más pobre, más descuidada, más tercermundista que nunca. Y eso que yo no me considero nada exquisita. Pero todo parece ir bastante en decadencia. Lo gris se hace más gris, y hay espacios de negrura extrema. 

Me encanta mi país, mi ciudad, mi casa. Pero veo que en un año casi nada ha mejorado, y en cambio todo parece ir peor. Con ritmo ágil, nos encaminamos al subdesarrollo sin escalas.



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