miércoles, 25 de enero de 2012

480 piezas después

Curiosamente todo se va reubicando. Rehaciendo. O apareciendo de la nada. El mundus interruptus vuelve a tener forma de orbe. Algo así. Los libros inventan lo que no se nutre de conversación, los amigos surgen tímidamente, algunos alegrándose de no haber sido olvidados, otros que me olvidaron, pero no dejaron de alegrarse por mí, otros probablemente no aparezcan más, y aunque eso tiene un sabor rancio, a cosa perdida, también creo que es inevitable y que no es un exclusivo producto del abandono del país. Lo que no curó el campo lo sosiega el ruido de las olas, lo difuminan el sol y las noches de asados o manos de poker. Hasta la soledad queda por un rato al margen, en ese claroscuro de cosas que retornan inmutables y a la vez esencialmente distintas, pero siempre entrañables. De a ratos me encuentro riéndome a carcajadas, o por lo menos, sintiendo que tengo el potencial inmediato de desatarme en convulsiones de risa, y eso ya es energizante, una señal rotunda de un cierto estado de gracia, de un rumbo firme hacia algo, que no sé ni qué es, pero tiene buena pinta.

Es como que a un mes de haber vuelto, el puzzle va tomando forma. No sé qué es la imagen que se va a formar al final, pero ya tengo algún borde armado, y dos o tres grupitos de piezas del interior ganan en superficie. Y con calma, disfruto del momento mágico cuando encastran dos lados perfectamente, y toda duda se resuelve y el siguiente paso es avanzar. Queda mucho por armar todavía, hay zonas de cielo en las que todos los tonos de azul son iguales y calculo que va a ser complicado, pero tengo tiempo y ganas y he aprendido alguna que otra cosa de armar puzzles. Cuando lo termine va a estar bueno. Ojalá falte mucho.

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