Ayer encontramos dos pichones de paloma en el jardín. Uno,
el primero que vi, no era tan chiquito, pero tampoco volaba lo suficiente como
para alcanzar las ramas de los árboles. Lo perseguí un rato alrededor de un
tronco de palmera, y al final lo pude cazar. Como supuse que venía de un nido
que tiraron abajo los tres gatos silvestres que rondan la casa de noche, pensé
que al pobre pajarito no le quedarían muchas chances revoloteando inútilmente
por el pasto, y lo llevé a unos ombúes que hay a unos cientos de metros de la casa,
donde supuse que capaz podía salvarse, al menos de los gatos.
Cuando volví de llevarlo hasta ahí, mi hermana tenía a otro
bichejo entre las manos, que había aparecido cerca de la piscina. Éste era más
chiquito, tenía las plumas más feas, y volaba menos. Volví a hacer el recorrido
hasta llevarlo con su (supuesto) hermano, y los dejé ahí, asustados entre las
raíces del árbol.
Hoy de mañana fui a ver si estaban. No los encontré. Tampoco
vi ningún destrozo de plumas, pero había un lagarto tomando sol en uno de los
troncos, así que no tengo mucha fe en la supervivencia de las palomitas. Pero
tampoco hubieran sobrevivido en el jardín, porque habían perdido su nido y
probablemente a varios de sus hermanos (hay mini plumas grises por todos
lados).
Pero hoy de tarde vi otro pajarito parecido caminando por el pasto,
inquieto. Tampoco volaba casi nada, y era de un tamaño intermedio entre los
otros dos. Nuestro gato doméstico andaba suelto, y aunque es medio tarambana,
seguramente lo hubiera cazado. Así que después de dar mil vueltas alrededor de
una lavanda y un banco de piedra, donde el chiquitín me esquivaba
permanentemente, lo agarré, frente a las risas de papá y mamá, y lo metí en una
caja.
Le diseñé una mamadera de agua con uno de esos frasquitos de
bar donde se meten los escarbadientes (ni idea de porqué había uno acá), y logré
darle un poco. También le puse pan mojado y semillas de girasol,
pero creo que no comió nada. Y le hice agujeritos a las paredes de la caja para
que no se muriera de calor ni de oscuridad.
Ahora guardé la caja con él adentro en un baño, para que el
bobo de Michelle no lo jorobe de noche, y que mejor se dedique a maullarle a
mamá para despertarla a las cuatro de la mañana como hace normalmente. Por lo
menos creo que el pichón no tiene sed, y si le da hambre y se anima podrá
hincarle el pico al pan.
No sé qué posibilidades de supervivencia tiene. Pero mañana
se lo voy a llevar a mi primo experto en aves, que debe ser el único con la
paciencia y devoción necesarias para criarlo. Mi primo tiene 8 años.
Es la ley del más fuerte, y se ve clarito en estos lugares
donde la naturaleza es reina, a pesar de las intervenciones, a veces imbéciles,
que tratamos de tener los seres humanos. Muchas veces es triste, pero así
funciona todo. También muchas veces es fantástico. Intento quedarme con eso, y
con la imagen de mi pichón tragando las gotitas de agua que le derramo en el
pico.
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