martes, 3 de enero de 2012

petronilo


Ayer encontramos dos pichones de paloma en el jardín. Uno, el primero que vi, no era tan chiquito, pero tampoco volaba lo suficiente como para alcanzar las ramas de los árboles. Lo perseguí un rato alrededor de un tronco de palmera, y al final lo pude cazar. Como supuse que venía de un nido que tiraron abajo los tres gatos silvestres que rondan la casa de noche, pensé que al pobre pajarito no le quedarían muchas chances revoloteando inútilmente por el pasto, y lo llevé a unos ombúes que hay a unos cientos de metros de la casa, donde supuse que capaz podía salvarse, al menos de los gatos.

Cuando volví de llevarlo hasta ahí, mi hermana tenía a otro bichejo entre las manos, que había aparecido cerca de la piscina. Éste era más chiquito, tenía las plumas más feas, y volaba menos. Volví a hacer el recorrido hasta llevarlo con su (supuesto) hermano, y los dejé ahí, asustados entre las raíces del árbol.

Hoy de mañana fui a ver si estaban. No los encontré. Tampoco vi ningún destrozo de plumas, pero había un lagarto tomando sol en uno de los troncos, así que no tengo mucha fe en la supervivencia de las palomitas. Pero tampoco hubieran sobrevivido en el jardín, porque habían perdido su nido y probablemente a varios de sus hermanos (hay mini plumas grises por todos lados).

Pero hoy de tarde vi otro pajarito parecido caminando por el pasto, inquieto. Tampoco volaba casi nada, y era de un tamaño intermedio entre los otros dos. Nuestro gato doméstico andaba suelto, y aunque es medio tarambana, seguramente lo hubiera cazado. Así que después de dar mil vueltas alrededor de una lavanda y un banco de piedra, donde el chiquitín me esquivaba permanentemente, lo agarré, frente a las risas de papá y mamá, y lo metí en una caja.

Le diseñé una mamadera de agua con uno de esos frasquitos de bar donde se meten los escarbadientes (ni idea de porqué había uno acá), y logré darle un poco. También le puse pan mojado y semillas de girasol, pero creo que no comió nada. Y le hice agujeritos a las paredes de la caja para que no se muriera de calor ni de oscuridad.

Ahora guardé la caja con él adentro en un baño, para que el bobo de Michelle no lo jorobe de noche, y que mejor se dedique a maullarle a mamá para despertarla a las cuatro de la mañana como hace normalmente. Por lo menos creo que el pichón no tiene sed, y si le da hambre y se anima podrá hincarle el pico al pan.

No sé qué posibilidades de supervivencia tiene. Pero mañana se lo voy a llevar a mi primo experto en aves, que debe ser el único con la paciencia y devoción necesarias para criarlo. Mi primo tiene 8 años.

Es la ley del más fuerte, y se ve clarito en estos lugares donde la naturaleza es reina, a pesar de las intervenciones, a veces imbéciles, que tratamos de tener los seres humanos. Muchas veces es triste, pero así funciona todo. También muchas veces es fantástico. Intento quedarme con eso, y con la imagen de mi pichón tragando las gotitas de agua que le derramo en el pico.

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