martes, 17 de enero de 2012

cuadratura del círculo

La piel seguía siendo la misma piel, el aliento era el mismo aliento. Todo era lo mismo y a la vez refrescante, anhelado. Los ojos, sobre todo, eran los mismos faros del naufragio de siempre. Y el agua era dulce, aunque tuviera olas. La tarde de enero era también casi la misma que muchas otras, repetida y novedosa, con sabor a helado de la cigale y a pavimento, con el mismo aire sofocante apenas circulando en el interior del auto, las piernas pegadas al asiento y el olor a nafta inundándolo como una nube visible. Las manos sobre el volante eran las mismas manos, los mismos lentes de sol me reflejaban, y hasta el mismo llavero incrustado en la guantera, ese con un pedacito de cuero de vaca en el centro, simbolo de algo y a la vez de nada. Todo estaba claro y nitido y hablado. El calor de siempre recorriéndolo todo hizo que fuera fácil. Una teletransportación al pasado, pero con las complicaciones y aprendizajes del hoy. Un viaje mágico, necesario. Todo en su lugar y a la vez revoltosamente descolocado. Los dedos cruzados para que el despertar no sea amargo, y las puertas abiertas, con ese soplo conocido colándose entre los muebles. Una música de fondo me acompañó. Un banco, una calle de Pocitos y palabras de sobra. Un hombro sobre el que recostar el ensueño del mormazo. El cansancio y las ganas de dormir la siesta. Y un auto blanco como de hace varias décadas que se alejaba traqueteando, llevándose una sonrisa guardada en el baúl.

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