domingo, 14 de octubre de 2012

Honrar las tradiciones

Hoy, en la charla durante el almuerzo con mis padres y una de mis hermanas, mamá me hizo saber así como sin querer y de cotelete que le fallé drásticamente a la familia. 

Contexto: Mis padres se casaron en 1985. Mis abuelos, padres de madre, se casaron en 1960. Mis bisabuelos, abuelos de madre, se casaron en 1935. Nótese que entre dichas bodas hay exactamente 25 años. O sea, el salto generacional matrimonial era de 25 años, cumplido a rajatabla por la mayor representante femenina de cada escalón de la parentela.

Hasta mí. 

El año 2010 era la fecha clave para que yo, la mayor de mi generación en la familia, consiguiera casarme con un hombre de bien y de esta forma continuara tan sólida y hermosa y mágica tradición de enlaces.

Evidentemente que eran demasiadas esperanzas depositadas en este ser. Espero que en mi familia se lo hayan visto venir desde temprano, y que hayan ido tirando la toalla en los años previos al tan fatídico incumplimiento. 

Tendría que haber agarrado la posta alguna otra hija, alguna otra nieta, alguna otra bisnieta...  Pero no, me tocó a mí llevar la antorcha. Y se me apagó o algo. Nadie me avivó además, o yo no me avivé adrede. 

Cuestión que no me casé, y no parece ser algo que vaya a suceder nunca pronto. Derribé 75 años de historia, y tengo el honor de ser la hoja marrón del árbol genealógico. Rompí la cadena sagrada hace dos años ya, pero recién ahora me lo dicen. Yo me desayuné en el almuerzo cuando ya estaba todo digerido para los demás. Al menos nunca tuve que cargar esa mochila. Ni sabía que existía esa mochila.

Es lo bueno de las tradiciones. A veces, son lindas y te sentís bien cumpliéndolas. A veces, te sentís bien por romperlas, y empezar nuevas. No sé cuál voy a empezar. Capaz que la de nietas con blog. O la de hija mayor solterona. La tía divertida de las mil mascotas. Andá a saber. Capaz que no empiezo ninguna. Pero llevo, casi con orgullo, el estandarte de quebrar un poco la historia, y hacer que no sea todo tan perfecto. O que sí lo sea en su imperfección. En su rebeldía. 


(Mis abuelos, que un día feliz en Portugal se volvieron a casar para la foto.)

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