viernes, 2 de noviembre de 2012

Asesinato en el baño de la estancia

La vi cuando ya estábamos frente a frente. Ella avanzando por la bañera resbaladiza. Yo, arrinconada bajo la ducha. Mi posición era más ventajosa, y procuré atacarla maniobrando el agua, para que la avalancha líquida la empujara hacia el desagüe. No sucedió. Pensé en dejarla ir de alguna forma, pero no podía ser, era mi baño o ella, y por ende resolví atacarla más duramente. Agarré lo único que tenía a mano, el cepillito de uñas, y le asesté un golpe con la parte sin cerdas. No la maté. Se estremeció bastante. Volví a darle. Esta vez creo que la desarmé, pero aún no moría. Reventé unas veces más el cepillito contra su ya endeble cuerpo, doliéndome cada golpe, porque en el fondo no quería su muerte, sólo la liberación de mi ducha. Luego baldear sus restos fue fácil. Algunas patas se le separaron del tronco. Su existencia despedazada aterrizó en el desagüe y desapareció en las profundidades del sistema sanitario. Con respeto, vi cómo el remolino de espuma de shampoo saludaba su duelo, y la seguía hasta el mundo oscuro y desconocido a donde viajan el agua sucia, los pelos que se caen, y los cadáveres de arañas que nos sorprenden desnudas bajo el chorro de la ducha.

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