miércoles, 29 de septiembre de 2010

vermicelli con tuco y lluvia







la pasta se hizo para comer en buena compañía, no? es decir, un domingo de lasagnas en la casa de mis abuelos, donde apenas entramos todos en torno a la gran mesa del comedor. o un día de ñoquis amasados por una de mis madres postizas con los billetes abajo del plato. o un espagueti verde con un tuco contundente, elaborado frente a mis ojos por las manos de mis amigas. ni que hablar de aquellos ravioles que yo esperaba entre cuatro paredes, y que se comían frente a la estufa a gas y previo a una siesta de gloria o una película del video club de la panadería.

así como la lluvia se hizo para las tardes de pereza, acurrucada junto a alguien que emane calor y cariño. o para las noches de verano, cuando hace sonar el techo de zinc como una musica adormecedora y refresca el aire como magia. o para la infancia y las botas de goma, el chapoteo incesante, el barro, los paraguas y los impermeables de colores. y si no, se hizo para la frustración de ensoparse en la calle y llegar a apreciar la ropa seca, el calor de una estufa y las pantuflas acolchonadas.

ayer fue un día de lluvia y de pasta. fue una pasta hambrienta y una lluvia implacable. llovió ventoso, en todas direcciones, gotas gruesas golpeando salvajemente mi ventana, y hasta granizo, de ese que duele y nos hace encogernos. el granizo siempre me impacta, porque es como una demostración extrema de la naturaleza (por lo menos acá, que no nieva ni hay terremotos). la pasta fue sedante, llenadora, con gusto a amistad y a reunión. fue suave pero abundante, densa, deliciosa. de esa que se come con babero, y por eso es más rica. alimento que hace callar porque hay que concentrarse en saborearlo.

fue un día tranquilo como la pasta y alocado como la lluvia. pero así vienen siendo todos en estos tiempos previos a la partida.

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