jueves, 6 de diciembre de 2012

Desagüe

Mirá cómo llueve y el agua se escurre hacia las alcantarillas llevándose los despojos de la semana. Mirá como se mojan los sueños, las certezas. Mirá como se vuelve gris oscuro el pavimento y se te ensopan los pies. Creíste que eras inmune, que la humedad no te tocaba. Pero no. La lluvia nos moja a todos. Los truenos apagan mi voz y el barrio se entristece de golpe, pero con una tristeza calma de verano.

Lloran los vidrios de las ventanas. El ritmo de vida es lento, esquivo. Como la risa, que escasea. Las tardes así son para tener a quién agarrarle la mano. Pero no, obvio. Las tardes así son para reforzar la soledad y escatimar en calidez. Son para sentirse horrible. Para llorarse a uno mismo. Para ser charco junto con la ciudad.

Llegás a casa y nadie cerró tu ventana. Se te coló el agua hasta entre las sábanas. Se te inundó todo de silencio. Se te pudrieron los libros y las alfombras huelen a catástrofe. Tu vida se derramó sobre el parquet y lo manchó para siempre. Para siempre.

De a poco juntás los restos. Lo poco que quedó en pie. Porque intacto no quedó nada. Lo que el agua perdonó, el viento lo volvió recuerdo. Sos huérfana de objetos y heredera de lástima. Andás descalza entre ruinas, pinchándote los pies con lápices muertos. Sola, claro. Estéril de futuro. Vagabunda de puentes rotos.

No podés llorar, porque sería un aporte líquido a tanto océano desolado. No podés llorar ni gritar ni nada. Así que hacés lo que podés, y buscás un rincón medio seco donde sentarte contra la pared descascarada y esperar y ver el momento en que las nubes se desparramen. Por ahora no. Por ahora ves negro y ceniza y relámpagos. Entonces cerrás los ojos para no ver, y rogás que cuando los abras la oscuridad sea historia.

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