martes, 25 de diciembre de 2012

Navidad y otros cuentos

Fue una Navidad feliz, en la que predominó en mí la idea de que tengo una suerte bárbara. En un momento, a las 12, cuando estábamos los 27 reunidos y saludándonos en el jardín maravilloso de mis tíos, y alrededor nuestro la ciudad estallaba en fuegos artificiales, pensé eso. Qué suerte que tengo, qué familia mágica, qué lindo lugar, qué cantidad de comida, cuántos regalos. El mundo no es así, ni la vida es así todo el tiempo, pero mi pedazo de mundo y muchas partes de mi vida recorren esos sederos de felicidad por lo que nos tocó en suerte. Y con la suerte, con ese halo de bendición general que flotaba sobre el jardín a la medianoche, se me volvió a manifestar ese agradecimiento gigante que me acompaña casi siempre, pero sobre todo en momentos así.

Y subyacente, lo otro. La lejanía, la incertidumbre insoportable, las infinitas dudas, el miedo. Y quizás un pelín de rabia hacia mi misma, un poco de enojo por dejarme caer en este lugar inservible, donde debo reprimir toda acción y la mayoría de los pensamientos. Un lugar en el que no puedo esperar nada. Ya sabía que estaba en ese punto impotente, pero no pensé que se me iba a hacer tan duro, ni tan amargo. No pensé que iba a necesitar tanto esas mínimas señales, ni que no me iba a conformar con ellas. No pensé que iba a dolerme. No pensé que iba a necesitar tanto más, tanto infinito más, y que los días no iban a terminar de pasar nunca. Me sentía fuerte como para sobrellevar la situación. Pero no. No la puedo sobrellevar. No puedo estar así enclavada en un pozo sin saber si me van a tirar una cuerda para salir. Porque ni siquiera sé si hay cuerda. Entonces tengo que salir yo sola, y no esperar nada. Salir y cortar cualquier otra cuerda que no sea lo suficientemente fuerte para sacarme. Para sacarme las dudas, el miedo, la incertidumbre, la lejanía. Porque será poco tiempo pero día a día es mucho tiempo, y ¿quién me dice que cuando esos días pasen algo va a cambiar? 

Tengo tan poco todo que no sé a qué aferrarme. Y creo que lo mejor para mí es no aferrarme a nada, y arrancarme lo que sea que se me incubó en el pecho con hachazos de olvido. O de adormecimiento. 

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