martes, 3 de agosto de 2010

geniales ideas de la infancia




como soy la mayor de tres hermanas (y nos llevamos tres años y medio entre la más chica y yo), digamos de que niñas las ideas eran generalmente impuestas por mí. y a veces tenía unos destellos de brillantez que realmente eran dignas de una pequeña genia, y a veces no. lo malo, es que generalmente lograba convencer (u obligaba) a mis hermanas a que me ayudaran a llevarlas a cabo.

varias de esas maravillosas ideas tenían que ver con las barbies. éramos fanáticas de las barbies. nunca tuvimos otras muñecas, sólo barbies, y podíamos pasar horas encerradas jugando, hasta que nos venían a obligar a almorzar o a irnos a dormir de noche. aparte de que yo me acaparaba los mejores muebles, la mejor ropa y por supuesto tenia prioridad sobre el mejor ken de mi hermana más chica (y en segundo lugar elegía la del medio, o sea que la tercera armaba su casa de barbie al mejor estilo carpa, con unos trapos y alguna sobra que le dejábamos... sabíamos ser malignas mismo), a veces quería probar estilos nuevos con las barbies. obviamente que las primeras víctimas eran las de mis hermanas. así, durante mucho tiempo, mi hermana más chica tuvo que jugar con su barbie cuasi rapada. o con el pelo pintado con highlighter verde, o naranja (el pelirrojo era tan cool). y como me gustaba más el cuerpo de una barbie y la cabeza de otra, a veces intentaba hacer el experimento frankensteineano de intercambiarles los cráneos. y a no todas las barbies se les saca la cabeza... eso lo aprendí después de descocar a un par.

también en la estancia jugábamos a las barbies. y claro, el sinfín de locaciones era altamente tentador. entonces íbamos en la moto (sí, jugué hasta bien entrados los 14 años, y ahí las regalé muy reacia) hasta una cañada y ahí desplegábamos el universo barbie. lo malo era cuando la cañada tenía algas, y las barbies recibían un baño verde que les dejaba residuos eternos en el pelo. o si no, en la casa, no sé por qué, a un ken se le ocurría que tenía que subir una montaña. y la forma de que subiera era lanzándolo arriba del techo, y esperar que el hecho de que fuera a dos aguas lo hiciera bajar rápidamente cual tobogán. el problema era que las tejas detenían su descenso, y el que tenía que subir a rescatar al ken era papá. y a veces el ken volvía sin una pierna...

aparte de estas tempranas evidencias de una mente sin parangón, y del descubrimiento de las ventajas intrínsecas al factor de ser la mayor (otro día me descargo respecto a los defectos de esta circunstancia fraterna), una de mis innegables virtudes es tratar de hacer algo bueno por los demás, siempre. entonces así fue que un día se me ocurrió que podíamos darle una agradable sorpresa a papá mientras él estaba trabajando en el campo. como la pared del galpón era muy blanca, me pareció que unas obras de arte pintadas en ella sólo podrían alegrar los ojos de cualquier observador. fue así que las tres comenzamos a pintar, con tiza para marcar ovejas, una serie de dibujillos en la pared. me concentré mucho en diseñar una bandera de rampla, porque me parecía que a papá le iba a encantar ese símbolo del cuadro de sus amores desplegado allí. además, tenía tiza roja y tiza verde. no tenía mucha idea de cómo era la bandera, pero el dibujo era grande y colorido. en un momento veo que se aproximan unos hombres a caballo, entre ellos papá. me alejé a contemplar la obra. y algo me golpéo en el centro del cerebro, como cuando te viene una idea genial, pero al revés. no sé, de repente me di cuenta de que quizás no le iba a gustar mucho que hubiéramos pintarrajeado toda la pared impoluta. y agarré una manguera y empecé a echarle agua a los dibujos, haciendo que mis hermanas refregaran con unos cepillos. cuestión que la tiza de oveja está hecha para que las marcas en la lana NO se borren aunque llueva. así que el manchón borroneado de la bandera de rampla siguió marcado en la pared del galpón por muchos años. y me pusieron en penitencia.

después tuve otras ideas excelentes, con éxitos similares. hacer guerra de drypens es buenísimo, pero lo malo es que se destapan, y manchan los acolchados que usamos para armar las trincheras. también es divertido jugar en la casita en ruinas, pero no que te corten la ilusión del juego porque corrés peligro de derrumbe. y armar circuitos de recorrido para que compitan los hamsters es fabuloso, la pena es que hacen caca por todo el cuarto, y que los pobres bichitos prefieren suicidarse antes que estar en nuestras manos.

por si no se tradujo en este relato, debo decir que tuve una infancia muy feliz. las cagadas en ese entonces se solucionaban con una penitencia, y las barbies nos servían aún sin cabeza. todo era mucho pero mucho más simple.

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