miércoles, 5 de octubre de 2011

vos

nos conocimos en una isla inverosímil. bastaron dos días para sentir que había magia. después siguió un torbellino de cosas. el mundo se nos vino encima. pero yo seguí y tú seguiste a pesar de las tormentas. porque los ratos de sol sí que valían la pena. y me sostuviste en el peor huracán. y logramos que no se hundiera nuestro barco. aunque hiciera agua. aunque se le destrozaran las velas. aunque no siempre supiéramos el rumbo. aunque encalláramos. algunas veces nos quedamos solo con una balsa. otras nos caímos por la borda. las olas eran fuertes y el viento arrasaba con todo. arrasábamos el uno con el otro. pero nos reencontrábamos después del naufragio.

a veces necesito recordar los hundimientos. el sabor del agua salada ahogándome. las brazadas sin fin que apenas se aferraban a una madera. revivirlos para no sumergirnos otra vez, para no empujarnos hacia abajo mutuamente. quizás lo mejor sea este océano de por medio. tú en tu puerto y yo en el mío. en aguas aparentemente calmas. a salvo.

no sé si extraño ese barco. sé que esa bitácora que escribimos va conmigo a donde sea, y que lo que viví en nuestros viajes no se borra con ningún temporal, o con el arribo a nuevas islas. sé que quizás lo mejor sea la distancia. pero una cosita tibia se me acurruca adentro cada vez que veo llegar la luz de tu faro.

me preguntás qué tan grandes son mis alas. me pregunto qué le ha ocurrido a las tuyas. sé, de una forma certera, que siempre vas a estar. y eso es peligroso. y tranquilizador a la vez. parte de quién soy sos vos, con las risas y miserias que eso conlleva.

nuestro barco es como el holandés errante. cada tanto resurge de la niebla. grande. oscuro. lleno de pasado. aterroriza, pero también fascina.


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