martes, 4 de octubre de 2011

gym fauna

el 90% de los seres que pueblan el gimnasio son hombres. y la vida es tremendamente injusta porque la mayoría apenas hacen un par de pesitas, y aparentemente no tienen problemas de gordura ni de celulitis. pero de todas formas se depilan y (algunos) broncean artificialmente. se pasan hablando entre ellos, mirando la tele o sentados en las máquinas (pero la mayoría del tiempo sin usarlas). pocos corren en la cinta o transpiran en la elíptica. de hecho, la mayoría no sudan.

lo malo es que ese 90% no sólo casi no transpira, sino que encima la mayoría están destacablemente buenos (biceps, triceps y todos los ceps que hagan falta, y caritas de lo más monas porque suelen ser estudiantes universitarios). y mientras yo me reviento con mis 50 minutos de ejercicio aeróbico (del que no hace que transpire, sino literalmente, que me derrita en indignas gotas gruesas que transforman mi camiseta un cuadro de pollock), para que encima mi elegancia al retozar en la bicicleta fija quede anulada por completo por esos adonis cool que con diez repeticiones de brazos se consideran cumplidos. yo ando a toda máquina en los fucking steps durante veinte minutos para que mis piernas sigan igual de gordas mientras los catorce pibes no hacen ni seis pesas entre todos, y vienen y se van tan frescos, y encima les salen músculos!

pero esa no es la peor humillación. la peor humillación es cuando viene una de esas tontitas que parece que en vez de venir a gimnasia vienen a la pasarela de cibeles, y hace un tour estratégico por la sala de aparatos antes, para, asumo yo, visualizar las presas, y como quien no quiere la cosa se suben a una bici un tiempo considerable -uno y medio o dos minutos, cronometrados-, y cuando creen que han sido vistas lo suficiente se bajan (obviamente no se les ha descolocado ni un pelo del fantabuloso moño o cola de caballo diseñada al milímetro para un look sexy-casual-despeinado-chic) y se paran en la otra sala, que se ve porque la división no es pared sino vidrio, y ahí hacen que hacen abdominales o pesas, pero en realidad se miran al espejo un ratito más, mueven dos veces el brazo y decretan descanso, y se van, agotadísimas por supuesto de una ardua sesión gimnástica, o se meten como rebaño de gacelas en la clase de abdominales (de la que salen igual de secas e impolutas que entraron).

no me molestaría si no fuera porque en la bici de al lado de la que ella usa como pedestal de sus torneadas piernas (con microshort o calzas adecuadamente ajustadas) yo estoy dejándome la vida como si estuviera en el tour de france. y no me molestaría si no fuera porque sus dos minutos de effortless spinning parecen una burla a mi constancia, a los casi tres cuartos de hora que llevo de sudor puro y duro, para que nunca, y digo con total franqueza, nunca, mis piernas se parezcan ni siquiera remotamente a las suyas, o mis brazos a sus palitos bronceados que se estiran graciosamente hacia el manillar de la bici, o mi cara enrojecida de vaca sufriente (sólo me falta el hilillo de baba y los ojos inyectados en sangre) respecto a su rostro impávido, eternamente afrodítico.

por suerte las top models no duran mucho en la sala, y por suerte mi tortura en algún momento se termina. los abdominales los hago en casa para evitar más injustas comparaciones en la sala del espejo gigante, y para que mi moral no se desinfle tanto como para, al día siguiente, no querer regresar.

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