lunes, 24 de septiembre de 2012

El misterio del delivery del sushi

El sábado de mañana mi madre recibió una llamada extraña. Una supuesta señora con acento japonés le decía que le estaba por enviar a casa las 200 bandejas de sushi que había pedido para la fiesta. Todo una tramoya tergiversada en la que me vi envuelta, porque mi nombre surgió en la conversación. Si mi madre no había hecho ese pedido, capaz que lo había hecho yo, dijo la japonesa. Si en algún crimen no me voy a ver envuelta jamás es en pedir sushi, así que evidentemente era una farsa turbia para lograr algo de nosotros. No sabemos si el objetivo era entrar a casa, coparnos, averiguar más cosas de la familia, vendernos sushi vencido o hacernos una broma de mal gusto. 

Cuestión que la doña dijo ser de cierto restorán de sushi al que a veces mis hermanas piden comida. Llamamos después al restorán, y ellos no eran. Quedaron preocupados. Llamaron al celular que había llamado a mi madre y se comunicaron con un tal Jason, que hablaba en un cocoliche medio raro. Le dijeron que querían aclarar las cosas antes de hacer una denuncia penal. Jason dijo que había sido un malentendido. Después colgó. Después llamó al restorán de sushi y habló en español uruguayo. Todo muy normal, muy lógico. Inexplicable.

Seguimos sin saber quién es Jason ni qué quería. Nos hicimos amigos de los dueños del restorán de sushi. Empezamos a trastornarnos respecto a la privacidad y la seguridad. Pensamos códigos para comunicarnos si nos pasa algo, como un secuestro. Se lo contamos a nuestros conocidos para que estén alerta. Agendamos el celular de Jason para que si nos suena salga: "Cuidado, tránfuga". Y bueno, eso. No hay demasiado más que podamos hacer. 

Después de tardecita salí a caminar por la rambla. Mamá me dijo que llevara el spray anti chorros. Ese que ya usé una vez. Yo cuando salgo a caminar, lo único que llevo es mi mp3 roñoso, y quizás la llave de casa. A veces ni eso. Y pensé: No. El día que tenga que salir a caminar por la rambla con el spray pimienta, va a estar todo perdido. No va a tener gracia vivir en este país. No va a ser lógico seguir estando acá. El día que tenga ese tipo de miedo, me voy a tener que ir. Y mientras tanto, me rehúso a tenerlo. Así que no. 

Y caminé por la rambla de nochecita, y no me pasó nada. Como nunca me pasó nada. Tengo cuidado, sí. Pero no voy a tener miedo.  

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