martes, 10 de mayo de 2011

bifurcación

él salió de casa enojado. la dejó llorando en un rincón del baño. no la quería ver, no la quería oír. estaba cansado de sus recriminaciones.

en el primer lugar donde vio luz pidió un vaso de whisky. luego otro. luego se fue a otro bar, donde siguió bebiendo. cuando la cabeza se le empezaba a instalar cómodamente en la borrachera salió a tomar aire. vio gente y colores, pagó una entrada y se metió en medio de un tumulto que bailaba. se descubrió girando, envuelto en sí mismo y en todo lo que no sentía.

la chica rubia se acercó. no le dijo nada, sólo le tomó una mano y la meció al compás de un ritmo distorsionado por la profundidad de la noche. luego se aplastó contra él. su calor era agradable. le dijo un par de palabras de rigor. la abrazó. ella se dejó abrazar. quizás estaba tan perturbada como él. le besó el cuello y luego inició un recorrido fugaz por su piel. la boca le supo a menta. la lengua, a miel. se derritieron juntos en medio de la pista de baile. bailaron bebiéndose, embelesados. se acariciaron. antes de que ninguno se diera cuenta, desaparecieron. se escondieron entre sábanas y se dedicaron a explorarse. se amaron sin conocerse. con hambre.

amaneció, y él se quedó un poco perplejo por descubrir que estaba donde estaba. se fue sin decir adiós, sin llevarse ni un número de teléfono. antes de salir, miró la cama donde sólo se veía una cabellera rubia y una forma armónica bajo el edredón. salió al frío de la calle.

metió la llave en la cerradura casi con timidez. quizás con vergüenza. la cama estaba hecha. el desayuno también. ella lo esperaba sonriente en el sofá. intentó imaginarse cuánto esfuerzo costaba esa sonrisa. el mismo que la de él. el abrazo le supo a remordimiento. y el café estaba frío. se lo bebió de todas formas. no hubo preguntas. tampoco conocía las respuestas. sólo tenía una sensación segura. un pálpito descorazonado; algo se había roto.

mordió una tostada en silencio, mientras a ella se le ahogaba una lágrima en la taza de café.

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