jueves, 2 de junio de 2011

uruguayensis



mis amigos me dice que hablo como española. yo no lo creo, porque los españoles se siguen burlando de mí. pero es fácil acostumbrarse a vivir acá. por momentos siento que hace una eternidad que estoy de este lado del atlántico. pero todo pasa tan rápido. a veces me despierto y por una fracción de segundo creo que estoy en mi casa de montevideo. pero ya me acostumbré a andar por estas calles. al principio caminaba un par de cuadras y me decía a mí misma "che, estás en madrid!". ahora ya no. no por eso deja de asombrarme esta ciudad. sólo le falta ser orilla, y sería absolutamente perfecta.

los meses pasaron rápido sí, pero la sensación del tiempo es extraña. hoy intentaba recordar cómo es la lámpara de mi escritorio. y no lo consigo. y me perturba eso. porque como me olvido de la lámpara me puedo olvidar de mi calle o de la cara de mis amigos. quizás no, pero tengo miedo de que me pase eso. no me quiero olvidar de nada. no quiero dejar de estar ahí, aunque dejé de estar hace medio año. es un poco utópico esperar que todo esté como lo dejé cuando vuelva, especialmente porque no sé cuándo va a ser la fecha de mi retorno. no pretendo que nada cambie. no pretendo que la vida se detenga porque yo no estoy. pero no sé, siempre está esa sensación de que me estoy perdiendo de cosas. y supongo que tendré esa misma sensación cuando me vaya de madrid. es irreparable.

será que estoy teniendo demasiado tiempo estos días, y me pongo melancólico-nostálgica. quién se pone a recordar cómo es la lámpara de su escritorio cuando tiene la vida ocupada? nadie. sólo en estos estados de limbo de inactividad mental. pero todavía me preocupa. y hoy creo que no voy a poder dormir pensando en el material y la forma de mi lámpara. y en la cara de mis hermanas. y en las voces de mis amigos. y en el ruido del río de la plata acariciando la arena. en cómo se siente acelerar por benito blanco de noche, en el motor de la avioneta, en los atardeceres de cielos límpidos en la estancia. en los objetos de la mesa del living y en el sabor de las milanesas. en el ruido de la puerta de entrada cuando es papá, y el ruido cuando es mamá, que nunca es el mismo. en eduardo j. corso religiosamente todos los mediodías. y en las mil fotos colgadas en la pared terracota del escritorio.

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