sábado, 18 de junio de 2011

vómito

generalmente me pongo a llorar mientras escribo. digamos que después de unos párrafos de desahogo, algo vibra en mí de manera que se desata un torrente interno de angustia. pero hoy lloro ya desde antes de escribir. hoy lloro por el día y por la semana y por las ilusiones rotas. me derramo, me deshilacho en gotas saladas tontas, hondas, roncas, me oigo respirar profundo y dejar salir la autocompasión por todos los cauces. no quería llorar, pero se hizo de noche y estoy sola. y perdí algo que no tengo desde hace mucho tiempo, pero la sensación de pérdida me acongoja, me acojona, me acoge en una cueva fría. y la despedida fue mágica y sencilla pero duele como si hubiera sido una matanza. porque hizo mía su casa en cuanto la pisó, y después de que se fue, mi casa ya lo echó de menos. y yo me quedé un poco rota al verlo bajar la escalera. y me fui rompiendo más con los sueños de la siesta y el despertar solitario, la tarde cayendo pesada sobre las cortinas sucias, el poner en orden una casa que no quiere ordenarse porque lo quiere recordar habitándola. me fui rompiendo con el silencio de que no esté ni la gata, con las malas noticias de la televisión, con las croquetas que se derritieron sobre la asadera. me fui desgranando al verme en el espejo, al lavarme por tercera vez la cara, al abrir la heladera y ver que no hay casi nada. me despedacé de a poquito redactando un mail, mirando el video de una canción y dejando fluir mis dedos sobre un teclado que no quería mis dedos porque recordaba la forma de los suyos. lloro porque no puedo decir lo feliz que me hizo estar unas horas con él y porque se cortaron los cables que nos unían. lloro porque ceno sola frente al televisor y extraño mi casa, mi familia, mis abuelos que me dejaron el corazón desbordado de ternura. lloro porque necesito proyectos, y no los encuentro, y porque madrid a veces me traiciona y deja de ser mi lugar, o más bien, se convierte en demasiado mi lugar, sólo mío, vacío de otros, y eso asusta. lloro porque llegué tarde y porque él es feliz. sobre todo porque él es feliz. lloro con una especie de paz desgarradora por eso. y lloro porque en este momento no quiero estar conmigo misma, ni verme, ni oírme, ni leer mis mariconadas, ni pensar en el futuro o en el pasado o en el presente vacío. lloro porque no sé dónde se me fue el entusiasmo, otra vez, y porque extraño los días ocupados del máster, la compañía asegurada todas las mañanas, seguramente las tardes y probablemente las noches, donde tenía un lugar en el círculo, y un círculo en el lugar, y nunca se acababa la conversación, y estar sola no era un problema porque todos éramos parte de algo. lloro porque desde hace muchísimo tiempo que no escribo algo que me haga sentir orgullosa, y porque no sé de qué escribir, y porque siento que doy vueltas como un trompo sobre los mismos temas, eternamente. me falta una razón potente y avasalladoramente cercana en la que zambullirme de cabeza.

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