miércoles, 6 de julio de 2011

conjugación en futuro simple

iba caminando por gran vía, un poco papando moscas y otro poco atenta a captar vidrieras en donde aparecieran objetos interesantes a precios ridículos. de repente, en un reflejo vi algo que me llamó la atención. más bien era alguien. no me dí la vuelta porque me quedé petrificada. la observé según desaparecía del vidrio en el que se repetía su imagen. no me vio. siguió de largo, caminando por la vereda, con un ritmo algo apresurado, pero seguro, como si tuviera que llegar a alguna parte pero supiera que nada empezaba hasta que ella no estuviera ahí. no llevaba tacones, y yo sabía porqué. vestía vaqueros y unas sandalias planas discretas. una camiseta de algodón y la tira de un bolso marrón que le atravesaba el pecho (normalito, imitación cuero) terminaban de cerrar un atuendo quizás demasiado casual, pero en el que sabía cómoda. yo era perfectamente consciente de que algunas cosas no cambiarían nunca. el pelo lo llevaba largo, pero no demasiado, y de su color natural. o al menos lo parecía. y tenía unos lentes de sol negros que no le ocultaban del todo los ojos. pero igual la reconocí. era imposible no reconocer una cara tan familiar. lo raro era encontrarla ahí, mirarla pasar. estaba algo más vieja, pero los ojos achinados por el sol, la nariz redondeada y esa barbilla tan característica seguían igual. me reconocí con asombro en esa fugaz visión a través del reflejo en el escaparate. esa mujer era yo.

miré a mi alrededor, y lo primero que pensé fue en seguirla. la calle estaba rara. de repente el tráfico sólo circulaba en un sentido, y los autos eran de modelos extraños, desconocidos. pero era la gran vía y su fisonomía, aunque las tiendas tuvieran nombres raros, nuevos para mí, y hubiera más gente circulando, vestidos con ropas muy coloridas, muy soprendentes. se me perdía mi propia figura una cuadra más adelante, así que aceleré el paso. me vi cruzar una calle y meterme en una librería. sólo que en la vidriera no había muchos libros, más bien tabletas de esas para leer y posters. me volví a sorprender viendo mi foto en uno de ellos. photoshopeada, claro. hasta estaba atractiva. parecía cuatro o cinco años mayor que ahora. irradiaba una fuerza importante, como de mujer exitosa. me alegré de no descubrir estragos del botox ni implantes de ningún tipo en la imagen. sólo una figura curvilínea y tonificada, que no estaba muy segura de que fuera la mía. no sabía si entrar. pero la librería estaba llena de gente, y mi yo treintañera no salía, así que me animé. las personas llevaban libros en sus manos y hacían una fila. en una mesa estaba yo, firmando libros. parecía nerviosa. me vi mirar el reloj alguna vez, pero noté que intentaba ser amable. la fila se fue achicando a lo largo de una hora. mientras me espiaba a mí misma, leía algunos fragmentos del libro que todos querían tener firmado. no estaba mal. descubrí que tenía dos títulos más en una de las mesas de más vendidos. me alivió ver que en las portadas mi nombre no aparecía más grande que los nombres de las novelas.

después de un rato, me sobresalté al ver que se me acercaba un empleado y me pedía que comprara los libros por favor, porque hacía rato que los estaba hojeando. fui a la caja sin decir palabra y los compré. pero no me aceptaron los euros. los miraron raro. así que pagué con tarjeta, y por suerte no hubo inconvenientes. ví que yo salía, acompañada de una mujer que no había visto antes pero reconocí enseguida. también estaba más vieja pero parecía regia y juvenil. vestía mucho mejor que yo. que cualquiera de mis yo. era mi hermana. en un momento, las dos nos subimos en un autito redondeado y con look deportivo, pero que no llamaba mucho la atención, excepto por el hecho de que era anaranjado. sonreí cuando ví que yo conducía. no nos quise perder en el tráfico, así que me subí a lo que me pareció que era un taxi (era). nos seguí. el autito iba rápido, y era ágil, aún en el caos de princesa, pero no lo perdimos. los sentidos de las calles eran diferentes, así que dimos un rodeo curioso, pero llegamos a un edificio moderno en la calle fuencarral. blanco, de cinco o seis pisos, con cristales de colores y un cartel hecho de algo que parecía líquido contenido en acrílico. me bajé del taxi en un ataque de risa (otra vez tuve que pagar con tarjeta). LPMM. eran cuatro letras enormes transparentes que se incrustaban en la fachada, y adentro tenían burbujas y agua magenta, azul, amarilla y verde. ya sabía dónde estaba.

no entré a la agencia de publicidad porque no quería que me reconocieran. bueno, la otra yo sí entró, en una puerta de garage que se tragó el autito naranja. perdí de vista a mi hermana y a mí durante un rato. me senté en una cafetería a esperar que saliéramos otra vez. mientras tanto, seguí leyendo mis libros. algunas cosas me gustaron, otras no, como siempre. un mozo me saludó muy amistoso. me dijo que estaba especialmente guapa hoy. "parece que se hubiera hecho un lifting y todo", me dijo. me reí. me reí durante más rato del necesario. él también, pero con cara de no entender por qué me había tomado así el comentario. me preguntó por mi socia. le dije que creía que estaba muy bien, pero que hoy no la había visto.

en eso apareció otra vez el auto naranja. casi se me escabulle por una lateral. me subí al primer taxi que encontré y lo seguí. esta vez iba yo sola. conducía con música o algo así, porque iba como cantando o hablando sola. en un semáforo paramos justo al lado. tenía los vidrios abiertos y escuché el ritmo. no lo conocí. pero me di cuenta de que yo seguía cantando igual de mal que antes. y acelerando igual que siempre. en una esquina, como si estuviera coreografiado, frené, y una persona se sentó en el asiento del copiloto. me sobresalté, pero no sin cierto cosquilleo agradable posterior al impacto visual que me produjo verlo diez años mayor. la edad le sentaba bien. o era el paddle? no iba de traje, sino más informal. la barba la tenía igual que siempre, y creo que me pichó al besarme en la boca.

salimos de madrid por la autopista. el taxi iba a 140 como si fuera normal. quizás era normal, porque yo conducía más rápido todavía. con vértigo, le pedí al taxista que se apurara. tomamos un desvío y nos metimos en una zona más verde. ahí el deportivo naranja aflojó la marcha. en una callecita bordeada de robles torció a la derecha, y en seguida se metió en un portón de madera. la casa que se veía atrás del muro blanco me hizo acordar al casco de una estancia en la que había jugado a la escondida muchas vacaciones. no era grande, pero se adivinaba acogedora. ver las cinco cabras correteando en el jardín casi hace que le deje la tarjeta de crédito de regalo al taxista. estaba azorada. también había un golden retriever, que se me acercó amistoso, reconociéndome aún a través del muro sobre el que observaba la casa.

de repente se abrió la puerta de la casa otra vez, y salimos los dos arrastrando valijas azules. yo lo apuraba a él, con chistes y bromas. él sonreía, como si estuviera acostumbrado a ese tipo de emoción pre viaje. el taxi que yo acababa de abandonar seguía estacionado en la calle con el motor encendido, mientras el taxista hablaba por teléfono. qué suerte, justo hay uno acá, decía yo, y mientras me escondía un poco entre el muro y algunos árboles para que yo no me viera a mí misma acechando en mi propia casa, él y yo subimos al taxi, ante la extrañeza del hombre que lo conducía. alcancé a oír que decía algo así como "usted otra vez?", y volvía a arrancar, y se iba calle abajo, entre los robles. no dudé que iban al aeropuerto, a tomar un vuelo de doce horas (o tal vez menos, si la aeronáutica sigue avanzando). me senté ahí, en el muro blanco, mientras el perro me olisqueaba los pies (dante, le dije, y me miró atento). de golpe estaba feliz. probablemente muy de antemano.

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