sábado, 12 de noviembre de 2011

ahí abajo

Es como que está ahí, pero no sale. No se anima, cobarde, hijo de puta, a salir. Se aguanta las ganas de todo con tal de quedarse adentro, de acorazarse ahí, en su rincón oscuro de mierda, en su antro húmedo, chiquero sin luz ni pintura en las paredes. El muy maldito se agazapa en alguna parte de lo negro, pero no veo dónde. Sólo lo escucho respirar, medio jadeante, asqueroso. Como si anhelara algo. Salir, tal vez. Aunque su miedo o sus restricciones autoimpuestas lo atan como los grilletes de una celda. Fanfarrón, loco. Lo escucho respirar nada más, y a veces gime, escupe, se babea, se ovilla y retuerce contra el suelo frío cubierto de mugre. Me da náuseas oírlo. Tanto me repele que a veces me tapo los oídos, pero sus maullidos raros atraviesan los tímpanos, aunque son susurrados y roncos, estériles, unos sonidos muertos que nadie más oye. El muy cretino, perro siniestro. Estafador. Se me revuelven los órganos internos. No entiendo dónde está y por qué no sale, por qué no se muestra a la luz mortecina de bajo consumo que hay en el zaguán, por qué no se arrastra hacia afuera, de rodillas, lamiendo el suelo con su lengua triste llena de tajos, levantando apenas los ojos para que le vea las lagañas podridas, las narinas llenas de pelos y esa mirada imbécil, de bicho asustado, de rata, de ladrón de sueños. No sé qué hace encerrado, será que se divierte en esa ruina que llama cucha, en ese hueco gélido de espanto donde yace entre sus bolsas y pedazos de diario, tapándose la vergüenza con un trapo lleno de manchas y agujeros. Lo odio al miseria ese, al inmundo que vive ahí, en el sótano. Lo odio y a la vez quiero que salga, que lo vean todos, que se sienta expuesto y débil, engendro impertinente, ciego, depravado. Que lo señalen y acusen, que se rían de él con estrepitosa saña, que lo pateen, que lo hieran. Lo quiero vivo y a la vez muerto, pero a la luz. Visible, frágil y humano. Lo quiero en la plaza pública, azotado. Llorando, como un niño feísimo, a los gritos. Que le tiren cosas, que lo lastimen, que sangre. Que se deshaga hasta hundirse, que se rompa todo, que se lo coman. Que no quede nada de él. Que muera y no haya nada para enterrar. Así puedo bajar de una vez y empezar a limpiar el sótano.

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