viernes, 4 de noviembre de 2011

ópera



acabo de volver de ver "pelléas y melisande", una ópera de debussy, en el teatro real de madrid. no voy a hacer una larga crítica porque es la primera ópera que veo en mi vida, y probablemente también una de las últimas. lamentablemente es la conclusión que saco después de algo así como tres horas de canto lírico en francés, escenografía despojadísima y una narración y actores que no me conmovieron. es un tipo de representación con la que no conecto, o por lo menos hoy, no me llegó al alma, y eso es lo triste, porque la esencia de todo esto es que el espectador haga su catarsis. lo más catártico fue la coca cola light a la salida.

claro que hay cosas para admirar, eso es innegable. pero raras veces un espectáculo me provoca tan poco. fue como que lo vi de lejos, aunque procuré entender cada tramo de la historia, y cantaban muy bonito y los instrumentos geniales, pero no hubo feeling entre la ópera y yo. no sé, me tratarán de inculta y dirán que no aprecio el arte o lo que sea, pero la verdad es que no me pareció gran cosa. y creo que mucha de la gente que estaba ahí se pudrió como una ostra la mayoría del rato. hasta los músicos parecían aburridos (la de la segunda arpa daba pena, con suerte tocaba dos cuerdas cada cuarenta minutos).

y eso que fui con la mente más abierta del mundo, porque la verdad es que estoy bastante abierta y tolerante con la cultura en general. en el último par de meses he ido a varios museos de toda clase, tres o cuatro palacios, algo así de iglesias, un concierto de metal under, un musical londinense, un restaurante de dos estrellas michelín, una ópera y varias sesiones de arte callejero de la índole más variopinta. y encima he leído libros aburridísimos sólo porque son considerados obras maestras, y novelitas baratas que me mantienen despierta hasta la madrugada. no me creo una sabelotodo (cuanto más sabemos, más cuenta nos damos de lo mucho que nos queda sin saber). sólo creo que estoy pasando por uno de los momentos más esponja de mi vida. y que voy descubriendo el mundo de una forma bastante desprejuiciada (claro que una vez que he conocido algo me considero apta para decidir si me gusta o no).

y bueno, eso. fui a la ópera con la cabeza lo más aireada de preconceptos que pude (no era que esperara una gorda disfrazada de vikinga, pero bueno, siempre alguna noción previa hay). y hasta deseé que me gustara. pero no. no hubo magia para mí hoy. de todas formas, todo suma, y ahora me sé la historia de la boba de melisande (una cretina importante) y tengo una idea muy cabal de lo que es un escenario minimalista, de lo que se puede hacer con luces y de lo magnífica que suena una orquesta con más de sesenta músicos (que igual me supo a poco, porque no los vi en ningún momento a todos tocando a la vez).

me voy a dormir en paz con mi consciencia. tres horas de ópera soportadas con heroico estoicismo son un peldaño más en la autocultura. no sé si hacia arriba o hacia abajo, pero puedo vivir sin que me guste la ópera. (por un lado, la rebelde que hay en mí creo que prefiere eso, porque no he hablado de este aspecto antes, pero el ambiente de la ópera es un tanto pesado, en el sentido más distinguido y regio de la palabra. encorsetarse en ropa fifí para estar tres horas en una butaca incómoda en la oscuridad no me parece el mejor de los programas).

así que me voy a dormir sabiendo que la ópera no me seduce, igual que cuando probé los caracoles o los callos a la madrileña. hay que probar para poder decir "no me gusta".

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