sábado, 26 de noviembre de 2011

carmen

El señor Bizet creó la ópera Carmen basándose en una novela de un francés (Prosper Mérimée) que probablemente se basó a su vez en el poema "Los gitanos" que escribió un ruso (Aleksander Pushkin). El pobre Bizet se murió a los pocos meses del estreno en la Ópera-Comique de París, así que nunca se enteró de lo bien que le fue a la obra post-mórtem, porque en esa primera temporada de 1875 regalaban entradas para que no quedara vacío el teatro.

Es curioso que teniendo orígenes franceses y rusos, la ópera se ambiente en la Sevilla de 1820. Carmen es una gitana con carácter, liberal en sus amores y bastante vanguardista en sus costumbres, además de muy activa políticamente, porque apoya todo tipo de revuelta reivindicativa de los derechos de las mujeres andaluzas. Tiene unas amigotas cigarreras y unos amigotes militares. Uno de ellos, Don José Lizarrabengoa, un "navarrito", se enamora de Carmen, y durante un rato también Carmen de él. Pero el tipo es un celoso, mata a otro militar que bailotea con Carmen y va preso. Cuando sale de la cárcel, Carmen lo estuvo esperando, y reanudan su relación. Pero ella se enamora de un picador famoso, y José la mata.

No es fácil contar todas esas idas y venidas en una hora y media de espectáculo. Pero si te leíste antes la introducción vas a andar bien. Porque la "Carmen" de Salvador Távora es puro baile, y la historia es sólo la excusa para los cambios de ritmo y entusiasmo. Me gusta muchísimo el flamenco, y es la segunda versión flamenca que veo de esta ópera (creo que nunca la voy a ver en ópera normal). Me pareció hermosa. No sé, por cursi que suene esa palabra, es la que me describió el show de hoy. Ni me aburrí en ningún momento, ni quise que terminara, ni me preocupó no entender perfectamente la trama. Simplemente me senté a ver, y lo que vi me llegó. Y me dieron ganas de ser gitana y saber taconear de esa manera.

Quizás estuve todo el rato esperando el momento más sublime, porque ya sabía que venía. Pero no le quitó sublimidad. De repente a todos se nos fue el aliento cuando, bajo el arco enorme de campanas, apareció el "picador", montado en un tordillo impoluto, que lo único que parecía hacerlo real, y no de cuento de hadas, era la espuma que le salía de la boca. Así como si nada se puso a levantar las patas al ritmo de la música (como en este video, por el minuto 11 aproximadamente). La que por poco se pone a salpicar baba fui yo (y casi todo el teatro me parece). Carmen le bailaba alrededor, o el caballo alrededor de Carmen, y giraban a pasitos de galope, ella agarrándole un pedazo de crin, y el animal como si hubiera nacido artista, no perdía un compás, y cuando se quedaba quieto era una estampa tan tranquila, tan manso, tan bien educado, que me surgió una necesidad vital de dedicarme a aprender alta escuela ecuestre.

No puedo describirlo con justicia. Lo de hoy sí que me llegó al alma. Me hubiera gustado contárselo a Bizet, o verlo ahí, saludando al público, al lado del tordillo enorme, mágico, que ni se inmutaba con la ovación.



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