lunes, 28 de noviembre de 2011

inyecciones que no duelen

Como sólo me quedan dos semanas en Madrid (freaky, ¿no?), estoy aprovechando para ver muchas cosas antes de irme, porque si bien Montevideo es muy linda, digamos que ahí la oferta cultural es de otro nivel y otra cuantía. Así que en estos días me estoy inyectado paseos, visitas, museos y programas de ocio y cultura que después voy a extrañar, o no voy a tener oportunidad de ver. Ayer fue teatro flamenco y hoy fue una exposición que quería ver desde que me enteré que estaba. Es sobre Mario Vargas Llosa, y tiene lugar en la Sala El Águila, que es un edificio de ladrillos antiguo, muy refaccionado e invitador, en la zona de Delicias. Hasta ahí me fui en la línea de metro amarilla, y una amable señora de un kiosco me indicó la calle Ramírez de Prado (las señoras de kiosco no suelen ser amables).

Casi toda la muestra es biográfica. Maravillosamente biográfica. Con una línea de tiempo de cuatro paredes, fotos familiares, diplomas, cartas y hasta el carné de notas de primero de escuela, la vida de Mario queda expuesta, pero invitando a hacer descubrimientos, porque no todo está dicho. Algunas cosas se adivinan, se suponen, como los comentarios en las últimas páginas de los libros que leyó y un número (¿un puntaje?). O las cartas con Barral, Fuentes o Cortázar. Me encantó una cosa que le escribió Carmen Balcells, algo así como una orden de que deje de dar clases y se dedique a escribir por completo, que ella le iba a pagar lo que ganaba como profesor. Y que se mudara a Barcelona, que era más barato que vivir en Londres...

Habiendo leído algo así como el 80% de sus libros, esta exposición me fascinó de principio a fin. Porque fue la primera vez que sentí que entendía cabalmente lo que me estaban mostrando. Y como Mario es mi prócer literario, mi modelo a seguir en lo que a pluma se refiere, además del dueño de muchas de mis horas de entretenimiento entre sus páginas, había un factor emocional fuerte, intenso, a la hora de enfrentarme a sus primeros manuscritos, o los objetos que pueblan su escritorio (entre ellos muchos pequeños hipopótamos), o sus primeras cartas a Papá Noel.

Supongo que a todo el mundo le pasa, en algún momento, eso de descubrir en la obra de alguien una identificación muy fuerte, o algo a lo que aspirar. Encontrar una canción que te define, o un cuadro que expresa lo que tú querés decir. Para mí, leer las novelas de este señor fueron una revelación. No fue la única vez en la vida que me ocurrió algo así, ni con el único autor. Pero sí fue con el que más.

Creo que todo empezó con "La Fiesta del Chivo". Cerré ese libro pensando que necesitaba leer más cosas suyas, porque estaba empezando a descubrir cómo quería escribir. A quién quería parecerme. De quién tenía que aprender. La "Tía Julia y El Escribidor" fue mi identificación máxima, y el punto más alto en mi admiración de su obra. Quizás el momento en que leemos un libro tiene mucho que ver, y no es lo mismo enfrentarse a algo en la adolescencia que más tarde, o libros que me aburren en la adolescencia reciben una segunda oportunidad después, y por suerte, porque me hubiera perdido de leer genialidades. Pero esos dos libros de Mario torcieron mi imaginación para siempre, y me marcaron un cielo muy alto. Después vino "Pantaleón y las visitadoras", casi en seguida, porque tenía un hambre de sus libros que me hacía leer todo lo suyo que llegaba a mis manos. Y otra cosa imponente fue "La Guerra del Fin del Mundo". También, por supuesto, "Conversación en La Catedral". Y no puedo dejar de contar lo mucho que me afectó "La Ciudad y los Perros", por la crudeza de ese mundo de varones. También leí algunos más, pero los indispensables fueron esos.

Y hoy estaban todos ahí. Mirándome desde portadas en muchos idiomas. Explicándome el contexto de cada uno, sus personajes, sus procesos creativos. Y en algún rincón, una vitrina con el premio Cervantes. Otra vitrina con la carta de comunicación de que le otorgaron el Nóbel. Una máquina de escribir. Libretas, fotos, videos, libros. Lo que hace a un escritor de su talla, expuesto, examinado, explicado. Y yo deseando algún día poder acumular tantas palabras. Acariciarlas así, escupirlas así. Adueñármelas hasta el punto de que alguien se quede igual de transfigurado que yo hoy frente a un texto de mi autoría.






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