martes, 29 de noviembre de 2011

insecurities



Leo los diarios uruguayos. Hay noticias que, aunque estés lejos, sabés que causan mucho más impacto. Sabés porque conocés de qué barrio viene, entre otras cosas. Sabés que tus amigos lo van a estar hablando entre ellos, discutiendo, momentáneamente impactados. Sabés que tus padres lo van a comentar con gente de su entorno. Sabés que algunas zonas de la ciudad van a verse especialmente alarmadas, o más bien, especialmente identificadas. Cuando las cosas muy malas les pasan a los ricos, generalmente causan más revuelo. Y que un padre mate a su hija porque pensó que un ladrón había entrado en su casa, lamentablemente causa más revuelo si la casa es en Carrasco que en La Teja. Pero es igual de triste. Sólo que cuando sucede en Carrasco, la sociedad toma especial nota de ello. Porque se da cuenta de que la situación es extrema. Porque si pasa en Carrasco, básicamente pasa en todos lados. O es la idea subyacente que nos queda.

No tengo nada contra Carrasco. Es un el barrio caro y de gente regia por excelencia, y por tradición, en Montevideo. Eso es un hecho. Punto. Quizás lo que preocupa más de esta noticia es que mucha gente que conozco, y me incluyo, podría haber sido ese padre consternado o esa hija muerta. Eso es lo que conmociona a la mayoría de los conmocionados. No sé si toda la sociedad uruguaya está shockeada por este hecho. No es la primera vez que ocurre. Hay gente que lamentablemente lo vive mucho más de cerca. Hay gente que convive con bocas de pasta base en su misma cuadra, o que sabe que no puede ni colgar la ropa a secar, porque se la roban. Hay gente que pasa días y días sin teléfono porque alguien se llevó los cables de cobre. Hay gente que escucha tiros de noche, y procura dormirse de todas formas, porque es casi normal. Hay gente que desconfía de sus propios hijos drogadictos, y encadena los electrodomésticos para que no se los vendan. Eso no es nuevo. Lo que es "nuevo" es que ocurran cosas del estilo en Carrasco. Y hace rato que algunos sucesos perdieron novedad.

Pero no importa quién esté shockeado o no. Todos deberíamos estarlo, pase donde pase. Muchos critican al padre, que tenía un arma, y disparó sin saber exactamente lo que hacía, matando en el acto a su hija de 24 años. A mí el padre me da una pena infinita. Porque hace menos de un mes que habían entrado tres tipos a su casa, a la fuerza, encañonando a su hijo para que les abriera la puerta. La madre se hizo la dormida, y la dejaron en paz. Pero al padre y al hijo los maniataron y se llevaron todo lo que pudieron.

No dudo que desde entonces ningún miembro de esa familia podía dormir tranquilo. Ese día perdieron mucho más que unas cuantas cosas materiales. Ese día desapareció la seguridad, y los invadió el miedo. Porque descubrieron que ni una casa en uno de los barrios más fortificados de la ciudad, ni unas rejas, ni una alarma, ni un perro, ni cualquier ayuda de la policía los podía mantener a salvo. Entendieron que de improviso puede aparecer alguien que apenas con un revólver vulnere absolutamente todo lo que puede considerarse un refugio. Yo también tendría un arma en casa, y estaría dispuesta a empuñarla para proteger a mi familia. Yo también me sobresaltaría al menor ruido. Y acaso con mi afán de salvar a los que más quiero, los podría llegar a poner en peligro por mis propios nervios, por mi indignación, por mi terror.

Nadie está a salvo. Creo que eso es lo que más nos asusta de todo. Nos damos cuenta de que el miedo vive en cada uno de nuestros actos, y de que todo empeora. No podemos bajar la guardia. Pero parece que tampoco podemos extremarla, porque suceden cosas así. Accidentes, evitables sí, quizás, pero a un costo extraño. Si ese padre no hubiera tenido una pistola, el tiro capaz que se lo daba otro.

El hijo, ese al que le apuntaron entre tres cuando volvía a su casa, había organizado una marcha para pedir más seguridad. Ese mismo que anoche perdió una hermana, había reunido a sus amigos y publicado un evento abierto en Facebook para movilizar gente en una demostración pacífica de lo mucho que hace falta algún tipo de stop a la inseguridad crónica. Hoy tiene más de dos mil personas adheridas a la marcha, la mayoría después de lo que pasó anoche. Hay un montón de mensajes de condolencias, de apoyo y solidaridad. Claro que él no debe estar viéndolos, porque está llorando la muerte de su hermana.

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