sábado, 10 de septiembre de 2011

el once ese

televisión española está emitiendo un documental sobre ese día, hace diez años, cuando el mundo se vino abajo, literalmente, en el corazón de new york y en el corazón de millones de personas en todas partes. ya va casi una hora y media transcurrida del once de setiembre de 2011, aunque este post aparezca el 10, y me alegro de estar frente a la tele, emocionada por los relatos de las personas que lo vivieron de cerca. tan de cerca, que aspiraron el humo y el polvo y el olor a cable quemado, y vieron caer los pedazos de las north y south towers, y acarrearon a sus compañeros heridos y muertos, o buscaron luego entre las millones de toneladas de escombros durante meses, para seguir descubriendo muerte y desolación.

cómo no admirar el espíritu neoyorkino y estadounidense en general? diez años después, no sólo han hecho de la ciudad un símbolo de recuperación arrolladora ante la tragedia, sino que además han vuelto a construir sobre la herida de la zona cero, y la nueva torre será más alta, más fuerte y más segura que las dos anteriores. desafiantes, arrogantes si se quiere, pero dignos de respeto.

qué aprendió la humanidad de esto? yo creo que aprendió a expandir sus límites, hacia todas las direcciones. aprendió que el mal puede ser siempre más cruel, más inverosímil y más incomprensible. que los hombres pueden cometer actos tan atroces como esos. aunque quizás eso lo sabíamos, pero este fue un nuevo método, una inédita forma de ataque que hasta entonces era impensada. la humanidad aprendió también que es capaz de adaptarse hasta al dolor más intenso, y recobrar el sentido al instante de quedar knock out, para usar ese mismo dolor como fuerza motora. somos capaces de inventarnos razones para seguir adelante, como la venganza o la justicia o la paz. y como naciones, desplegamos un poder inmenso de solidaridad, aunque sea efímero.

a 10 años de esa mañana soleada de setiembre en que el mundo cambió de repente hay cosas para tener en cuenta, y para reflexionar. murieron alrededor de tres mil personas en los ataques terroristas. murieron quién sabe cuantas en la guerra que los siguió. osama bin laden también está muerto, aunque el ciclo esté lejos de cerrarse. siguen brotando cabezas nuevas en el universo talibán, y estados unidos considera perdida la guerra de afganistán. en los aviones probablemente nunca más se puedan llevar líquidos en envase grande, y la seguridad ha cobrado otra dimensión en todo el planeta. una mancha oscura denominada al qaeda va a teñir por muchos años los velos del islam, y se retrocedieron varios pasos de intolerancia y discriminación.

sí, hay historias de heroísmo y de coraje. el halo casi místico que rodea la imagen de los bomberos de manhattan probablemente continúe brillando por varias generaciones. las fotos, las flores y las memorias seguirán adornando muros, monumentos, cementerios e iglesias, recuerdos innumerables de ese monstruo de derrumbe que se atragantó con un pedazo de big apple. nadie va a olvidarse nunca de cómo es la bandera de estados unidos de américa. incluso a los no-estadounidenses nos emocionan sus símbolos nacionales. la devoción patriótica es contagiosa, febril, y creo que a todos los occidentales nos dolió el nine eleven como si fuera también un duelo nuestro. y sentimos una especie de orgullo por nueva york, esa ciudad tan grande que acoge a cualquiera, tan urbana y cosmopolita y abierta, porque aunque al final no lo sea, por lo menos lo parece. ese día todos fuimos new yorkers, todos fuimos bomberos, todos fuimos víctimas.

el documental se terminó hace rato, y ahora le sigue uno sobre los terroristas musulmanes. no me gusta tanto como el otro, aunque es igual de ilustrativo y didáctico. prefiero irme a dormir con las emociones erizadas por lo bueno, por lo rescatable, por lo que salió vivo entre el debris, por las historias de gente que apareció después de varios días, por las de los pasajeros de los aviones que no se rindieron, por las de los bomberos que antes de morir salvaron a muchos, por las de la ciudad entera regenerándose, renaciendo, reconstruyéndose de la nada, o peor que de la nada, del destrozo absoluto y del desconcierto letal. me quedo con la new york de shining lights y taxis amarillos, con su central park que respira, y sus millones de gentes de todas partes, ciudad de colores y de ladrillo, gris y de neón y de pantallas de broadway, de árboles de navidad y rascacielos, de velocidad de locomotora imparable.

"la selva de concreto donde se fabrican los sueños, las calles que te hacen sentir nuevo, las luces que te inspirarán."

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