lunes, 5 de septiembre de 2011

narcosis

todavía tengo como la sensación en el cuerpo. esa adormecida realidad, tan concreta y táctil que lo que parecía mentira era despertarse. era una historia con intríngulis y todo, y yo era un poco la princesa del cuento. a veces la dama de companía, y a veces el asesor del príncipe malvado-sexy, o el mismo príncipe. digamos que empecé siendo el asesor y terminé siendo la princesa, en un fluir sin obstáculos, desde el galpón extraño donde estaban todas las antigüedades, libros que eran tesoros, hasta la casa al borde del lago, donde el príncipe yo buscaba a la princesa yo, y mi mente se intercalaba entre los dos, encastrándose perfectamente en el instante en que a cada uno se le ocurría pensar o decir algo. era una especie de narco-relato de caballería, y no lo puedo explicar muy bien porque además carece de lógica, pero se me volvió tan vívido y tan dulce, especialmente el encuentro entre esos dos yoes majestuosos míos, que me sentí como se siente una en la vida real cuando hay una conexión cotidiana y perfecta con otro, un otro que esconde el mundo en su fachada, y que tocarlo significa estar protegida para siempre. fue un golpe duro abrir los ojos y descubrirme en mi cama. intenté volver a ese limbo de morfeo pero nada, el cuarto y la existencia humana me cacheteaban sin parar. tuve que asumir que sólo tenía esa simbiosis mágica en el sueño, y me dolió. sobre todo saber que algo tan raro y único se tiene que dar pocas veces en la vida, y que estoy muy lejos de volver a sentir esa perfección, que para mí tiene cara y nombre aunque no futuro. me dolió que el beso tan ideal, tan apolíneo y celestial y simétrico, fuera de imaginaciones mías, un engaño más de esa cosa tan abstrayente que se llama siesta, de ese circuito cerrado y en penumbra, de dos o tres horas, en donde aparentemente me evado hacia cosas que echo en falta. me despierto carente y todavía sintiendo en mi cuerpo el tacto de alguien que nunca estuvo, un príncipe azul maligno que no existió jamás, y esa ausencia tan presente me acompaña todavía, una mentira complaciente y a la vez, una verdad demoledora.

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